La puerta plateada de acceso al TACEC invoca una nocturnidad. El ingreso a un boliche de fines de los ochenta. Una vez dentro, se siente vibrar en el aire una tentación hedonista. Los modelos de esta temporada son: explanada de humanos a ser transitados, bailarina clásica desnuda, mujer multiorgásmica incansable, salón fumador, hombre deslucido sosteniendo ladrillo con shots de vodka, boquitas mecanizadas alrededor de un helado que nunca se derretirá, cuadro vivo de mujeres en desguace apocalíptico, admirables citas reformuladas de instalaciones contemporáneas propias y ajenas, bailarina de caño con ataques violentos, manos frenéticas haciendo uso de la tecnología touch-screen, entre muchos, muchos otros.
Al espectador se lo ubica inmerso y estupefacto, empujado a deambular en medio de ese mecánico frenesí. Rápidamente uno se vuelve adicto a verlo todo. A seleccionar en dónde retardará el tiempo (frenando el empuje) para contemplar el exorcismo de su preferencia.
Entre contorsiones corporales, posiciones homoeróticas, postulados machistas y burlas a las patologías del consumo, hay una escalera que da acceso a otra sección del espacio donde se puede contemplar, ya sentado, la totalidad de lo instalado.
Si lo que tenemos como primer impacto al ingresar en la sala es un área de desorganización deambulante, “una región moral” con ejes en prácticas multiformes, al subir a las gradas y tener una vista cenital de la situación, lo que parecía elección y caos se vacía. Un territorio colmado de intérpretes que marcan posiciones de clase gozan haciendo la representación del sufrimiento. Un espacio donde los valores son ambiguos, donde el glamour de la fuerza física va silenciando los cuerpos.
En el gráfico de invitación a la obra, se presenta al primer fashion victim de la historia, el soberano Luis XIV con una diseñadísima grieta sobre su retrato –que por el sentido monárquico y esclavista de la época, seguramente él consideraba su autorretrato–. Esas líneas fisurantes serán el símbolo al que volver luego de salir del teatro. Puede que sean la clave; un signo de alarma para quienes construyan su vida de manera superflua.
O, por el contrario, puede que estemos frente a una nueva superficie aún más perversa y sofisticada, una superficie que ahora utilizan los estetas. La grieta que lleva Luis XIV en el retrato no revienta sino que se luce. Sin salida, nos muestra el sombrío estado de las cosas como última tendencia.
Under de sí, dirección de Luis Garay y Diego Bianchi, Centro de Experimentación del Teatro Argentino de La Plata (TACEC), octubre – noviembre de 2013.
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