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El buen mal

Samanta Schweblin

LITERATURA ARGENTINA

Es interesante constatar la evolución de un escritor contemporáneo, los sucesivos cambios de su estilo, sus distintas búsquedas, siempre que ese escritor no produzca para complacer a los lectores y tenga un compromiso verdadero con la literatura como acto de aventura y arrojo, más que como una “carrera”.

El caso de Samanta Schweblin (Argentina, 1978) es significativo en ese sentido. Sus primeros libros (El núcleo del disturbio, de 2002, y Pájaros en la boca, de 2009) mostraban, desde un estilo muy maduro y calibrado en términos de una escritora joven, una apuesta que mixturaba la imaginación de Cortázar, los climas pesadillescos de Kafka, la crueldad y el infantilismo de Silvina Ocampo y por momentos casi un realismo mágico en el que la literatura argentina no suele incurrir. Esos dos libros le significaron traducciones, comentarios elogiosos y una repercusión internacional. Schweblin podría haberse quedado tranquilamente ahí, repitiendo una fórmula.

Pero la publicación de Siete casas vacías, en 2015, demostró que era capaz de tomar riesgos y de cuestionar su propia poética. Si en esos primeros libros emergía siempre, a través de una fisura de la realidad, una otredad amenazante, que era el producto simbólico de los traumas de sus protagonistas, a partir de ahora esa otredad empezaba a manifestarse en personajes enigmáticos, que no tenían voz pero sí comportamientos que parecían venir de “otro lado”, como en “Un hombre sin suerte” (cuento que ya debería integrar cualquier antología del cuento nacional), o en “La respiración cavernaria”, donde es la técnica, destinada a reproducir la mente de una mujer enferma de Alzheimer, la que nos lleva a lo fantástico en términos de vértigo y pesadilla, pero en un contexto estrictamente realista.

Esa es la apuesta de El buen mal: la de una realidad transfigurada por sus observadores antes que UNA objetivamente fantástica. Si en el fantástico clásico el punto de partida es una realidad reconocida por todos en la que se introduce un elemento sobrenatural, en estos cuentos la singularidad de los personajes es la que vuelve extraña la realidad. Desde las niñas de “La mujer de Atlántida” hasta el protagonista deUn ojo en la garganta”, son los particulares tipos de mirada los que fuerzan lo real. Y es la distancia entre los personajes la que empieza a valer a la hora de plantear el índice de realidad del libro. Es lo que pasa en “William en la ventana” y “Un animal fabuloso”, cuentos en los que es la distancia física, la imaginación puesta en marcha, la que genera el extrañamiento.

La otra “distancia” que enfrentan los personajes es la del trauma. Hay algo doloroso que les ha sucedido en el pasado y que vuelve una y otra vez a atormentarlos, algo que no pueden explicar y que los hace detenerse en el tiempo: puede ser un trauma secreto, como en “Bienvenida a la comunidad”, el primer cuento del libro, o uno explícito, como en “Un animal fabuloso” o “William en la ventana”.

La aparición de distintos animales es una forma más de distancia. Recuerda esa frase de Borges sobre el encuentro que se produce al acariciar a un gato: el tiempo sucesivo versus la eternidad. Nunca vamos a conocer realmente a un animal, pero tampoco a un vecino o a un amante o a un hijo: esa es la tesis principal del libro. Dos elementos la expresan.

El primero es el epígrafe de Silvina Ocampo (“Lo raro siempre es más cierto”), que piensa el problema de la representación de lo real y une estética y ética, como si fueran parte del mismo caudal: el compromiso del escritor es mirar volviendo extrañas las cosas.

El segundo es el título, que introduce la cuestión moral, pero invertida en relación con el sentido común. ¿Qué es ese “buen mal” que engloba esta colección de cuentos? La pregunta sigue resonando una vez cerrado el libro, como algunos de los mejores relatos (a mi entender, “El ojo en la garganta” y “La mujer de Atlántida”).

¿Son o se hacen los personajes de estos cuentos? ¿Hay una segunda historia en la que todo queda debidamente explicado? No creo que sea esa la mejor forma de leerlos; creo que entregarse a su realidad transfigurada y entenderlos dentro de esa lógica es lo más provechoso. Porque no hay diferencia entre lo que imaginamos y lo que existe, entre locura y realidad, y este libro termina siendo la confirmación.

 

Samanta Schweblin, El buen mal, Random House, 2025, 192 págs.

 

Imagen: foto de Alejandra López.

27 Mar, 2025
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