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La serie danesa Algo en que creer, de Adam Price (creador también de Borgen), pone el ojo en el vínculo entre la religión cristiana y los sentimientos extremos. Para ello, escruta un período en la vida de los Krogh, un clan de sacerdotes cuya relación con la luterana Iglesia del Pueblo Danés se remonta doscientos cincuenta años atrás. Este lazo es serio y excesivo, lo que dota a todos los integrantes de la familia de una intensidad particular. El éxtasis de la religión, del placer, del desvarío, de la alucinación, de la intoxicación, se desenvuelve, entonces, en el seno de esa comunidad parroquial, que puede o no ser representativa de la sociedad en la que se inserta, esto es, la sociedad danesa (o escandinava). La primera sorpresa es que esta sociedad, además de simple, acogedora e idealizada como se la ve en Instagram (el término hygge es el que, aparentemente, sintetiza estas cualidades), o sórdida, como lo atestiguan otros programas de televisión del mismo origen (como Bron/Broen y Forbrydelsen —The Killing danés— entre los más populares) también puede ser propensa a los desbordes místicos y emocionales, entre otros.
En la serie hay un claro protagonista y en la familia un jerarca evidente, Johannes (Lars Mikkelsen). Es el Padre, con mayúsculas. Renombrado pastor de una iglesia en Copenhague, con Dios como excusa y aliado, crea y ejecuta la ley de su hogar y su comunidad. Tiene carisma y brío y provoca fascinación y pavor, como el padre que describe Karl Ove Knausgård —autor al que se menciona al pasar en uno de los capítulos de la serie— en el primer libro de su saga Mi lucha. Sobre todo, porque cuando las cosas fallan y Dios no escucha, la bebida se convierte en su refugio exangüe. De su matrimonio surgen dos hombres que son hijos, pero también son hermanos: Caín y Abel, Christian y August. Entre ellos, los celos: uno piensa que el otro lo tuvo todo más fácil, el otro piensa que el primero hizo siempre lo que quiso. Uno es el rebelde, el espejo en el que el padre no quiere mirarse pero que está allí, inevitablemente colgado en el hall de entrada; el otro es el reflejo de lo que al padre le hubiera gustado ser, una versión más gentil, más coherente, más piadosa de él mismo. En la serie se ven además las consecuencias del orden patriarcal en las mujeres: en la esposa que aguanta, en la sacristana de la congregación que es injustamente apartada, en la sacerdotisa que es elegida obispa de Copenhague. Pero también se muestran los estragos del patriarcado en los hombres. La carga que rompe la columna de los varones es la de los ancestros a los que hay que honrar, la del sacrificio que hay que hacer, la del deber que hay que cumplir, la del camino trazado que hay que seguir. La de callar, la de resistir, la de no sentir en demasía, a excepción de los arrebatos que permite Dios, la lujuria o el alcohol. Esta es la historia de una familia frenética que se desarrolla en un país que creíamos ecuánime y frío, pero está plagado de desmesura y pasiones.
Algo en que creer (Herrens Veje), creada por Adam Price, Netflix, 2017 -2018, 20 episodios.
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