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Diagnóstico esperanza, de César González, es la versión hardcore de Pizza, birra, faso (1998), de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano. El asunto es el mismo: una alquimia en la que burbujean, inestables, el trabajo, el delito y la violencia. El escenario deslizante sobre el que se dan estos fenómenos, que tanto pueden acumularse como sustituirse entre sí, es el de la pobreza.
La película transcurre en las profundidades de un ambiente natural con fama de impenetrable –las villas–, donde los actores, que mezclan el candor del aficionado con el peso documental de la localía, hablan un idioma gangsteril que le da a la intimidad personal un relieve sociológico. Es como si las estadísticas de la marginalidad, siempre reducidas al muestreo, hablaran desde adentro.
El golpe es eficaz porque existe una tradición por la que la estadística es el ventrílocuo de la miseria. En ese aspecto, el de fondear la villa, especie de ciudad prohibida que se intuye como una superstición negra, Diagnóstico esperanza cumple con uno de sus propósitos, que es el de la representación, si no el de la extracción, de una cultura original.
Pero César González tuerce delicadamente la recomposición naturalista de la realidad villera hacia algo que podemos llamar pensamiento o, hilando fino, pensamiento marxista. Eso ocurre cuando el naturalismo, con todas las variedades folclóricas de su universo etnográfico, con su colorido verbal y hasta con sus clichés de clase, se abre a la intervención ideológica.
“¿Por qué sólo pueden bacanear los chetos?”. La pregunta, realizada por uno de los personajes muy cerca de un espejo, encierra la metafísica villera que Diagnóstico esperanza ha querido revelar. La pobreza tiene un porqué –siempre lo tuvo y es más o menos el mismo– pero la violencia exige constantemente una actualización.
La novedad que ve César González sobre la oscuridad villera es la del resplandor enfermizo de la cultura burguesa, que desata la pasión por el consumo y sube a los marginales al mercado. Bacanear como chetos: ese es el Mal. Obliga a los inquietos soñadores a reportarse a la bolsa de trabajo administrada por la policía y, una vez cumplido el pacto –un contrato fáustico que debe renovarse día a día–, los arroja a gastar como manirrotos, actividad tradicional de la compensación capitalista (en eso, cada cual con su estrés, los chorros son como los gerentes de Puerto Madero).
Este es el diagnóstico. ¿Y la esperanza? La esperanza sólo puede obtenerse mediante el error de cálculo o el accidente. Un asalto que se aborta, por la razón que sea, encuentra en la suspensión de los hechos la única posibilidad de sobrevida. Entonces, como en un cuento de ángeles, nadie muere (sólo por hoy).
Diagnóstico esperanza (Argentina, 2013), guión y dirección de César González, 90 minutos.
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