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La fuerza de la poesía de Néstor Díaz de Villegas (Cuba, 1956) fue reconocida tempranamente por el régimen de Fidel Castro. Y a tal punto que en 1974, con sólo dieciocho años, una oda que Díaz de Villegas escribió a Carlos III le valió cinco años de trabajo forzado en el campo de concentración de Ariza, una alambrada con perros y guardias de a bayoneta. Con otros ocho mil prisioneros de conciencia, Díaz de Villegas salió finalmente de Cuba a Estados Unidos en 1979 y desde entonces viene construyendo, en el destierro y en el desaire, una singular obra poética que se interna con tal violencia en el desgarro del exilio que amenaza hasta la ilusión misma del significado.
Poeta ineludible de esa otra Cuba fuera de Cuba, Díaz de Villegas es autor de una decena de libros pasmosos como Confesiones del estrangulador de Flagler Street (1998), Por el camino de Sade (2003) o Cuna del pintor desconocido (2011). Che en Miami es el último grito épico de un poeta maldito que reescribe la realidad y deslíe la escritura, el último estruendo de su letal atentado semiótico.
El libro se basa en una anécdota con asidero histórico: el Che pasó por Miami entre julio y agosto de 1952. Pero con elementos de esa estadía Díaz de Villegas erige una nueva mitología guevarista en donde la realidad se deshace, la materialidad se derrumba y las identidades se atomizan: “Ese episodio en sombras que carece / de datos fidedignos, contemplado / desde el futuro, lúdico se mece / en el abismo de lo desdoblado”. Y en ese desdoblamiento, la voz del poeta se confunde con el sujeto del canto: “Mis pasos en los tuyos, sobre tus pasos míos. […] Yo me he visto en su misma mirada”.
El mundo inestable de Villegas tiene un nombre, Miami, pero es una Miami utópica; y tiene un protagonista, el Che, pero es un Che imaginado, un Che que lucha no por la revolución terrenal sino por la liberación de toda ideología. El Che villeguista no es el Che histórico, es un Che del futuro, un Che que deja de ser ícono para metamorfosearse en capricho, en Mickey Mouse, en el gato de Schrödinger, en Cristo, en un Lucifer lunfardo, en médico, en brujo, en cochino extranjero.
Che en Miami recrea la tradición del poema largo en una mezcla de todos los géneros; pero sobre todas las cosas es un vademécum del caos, una sinfonía expresionista-abstracta donde el contenido es doblegado por la música y la música por el ruido: chirrido de rayos ecuménicos, aliteración de enanos mnemónicos, cacofonía de lo caquéctico y lo silicótico. La lectura de este alarido de más de tres mil versos no fluye en la boca, se desboca, nos hace mordernos la lengua y nos rompe los dientes: la última línea de defensa contra la vida con que cuenta nuestro esqueleto.
En Boarding Home (1987), de Guillermo Rosales, considerada “la” novela del exilio cubano en Miami, el protagonista se define, más que como exiliado político, como un exiliado total. Con este libro, Díaz de Villegas también trasciende la mera resistencia política para alcanzar la resistencia total; el mero exilio geográfico para alcanzar el exilio del sentido. Espía por detrás el gobelino del lenguaje y rescata su propio texto de la más obstinada de las hegemonías: la dictadura de la significación. “Así viajan las palabras / y las algas y muchos otros desperdicios. / El mar está lleno de nuestra basura, / y el cerebro, como un océano, sustenta la avalancha de cosas desechadas”.
Néstor Díaz de Villegas, Che en Miami, Aduana Vieja, 2012, 134 págs.
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