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CINE y TV

En el cine de los hermanos Dardenne, la realidad tiene siempre el raro privilegio de conservar sus tonos y sus ritmos allí donde la mayoría de sus contemporáneos suelen domiciliar idiosincrasias para disimular (generalmente) el riesgo de los parecidos. Dicho de otra manera: la distancia que hay entre los Dardenne y, por caso, Robert Guédiguian (Las nieves del Kilimanjaro; Lady Jane; La ville est tranquille) es cierta ambivalencia que a los primeros les permite pasar de lo concreto a lo general sin subir a la pretensión de abarcar el mundo. Luc y Jean-Pierre Dardenne tienen siempre el buen tino de contagiar a sus imágenes una finalidad desconocida que hay que saber no confundir con el didactismo; tarea difícil, áspera si las hay, mucho más si se tiene en cuenta que la premisa argumental de Dos días, una noche roza peligrosamente el miserabilismo, de la misma manera en que ya lo rozaba otra de sus mejores películas, El hijo (2002). En una fábrica de paneles solares amenazada por la competencia oriental, el director ha ordenado que sean los propios trabajadores quienes decidan —votación mediante— qué hacer: si despedir a uno de sus pares o sacrificar un bono de fin de año de mil euros que todos ellos necesitan por diversas razones. Una primera votación pone a Sandra (Marion Cotillard) al borde de perder su puesto, aunque algunos compañeros logran que el director acepte una segunda elección, pactada para el lunes siguiente de conocerse la decisión. Sandra, acompañada por su marido —y lidiando con los resabios de una crisis depresiva—, se propone entonces visitar uno por uno a sus compañeros a lo largo de un fin de semana, para tratar de convencerlos de votar a su favor.

Si el punto de arranque puede suscitar dudas o temores acerca de cómo habrá de ponerse en imágenes un tipo de tarea como la que emprende Sandra, hay que decir que el espectador va a encontrar exactamente lo esperable: un muestrario de situaciones que van de lo patético a lo masoquista casi sin estaciones intermedias. Hasta dónde dejarán caer los Dardenne la dignidad o el orgullo de Sandra es una pregunta, sin embargo, que marca el relato pero (casi) nunca lo condiciona. Caminando los márgenes del colapso mental, Sandra puede darse el lujo de crearse una fuerza personal que no es la de la esperanza. Sandra sabe de qué está hecho el futuro, y eso la convierte en el personaje más libre que hayan creado los Dardenne. Su mirada agotada pero firme invierte la carga de la prueba en cada uno de los escenarios que visita en su desesperado periplo. Es la sociedad rota la que se abisma en ella, en sus ojos clarísimos (¿hay actriz más bella que Cotillard en actividad?), y no esa criatura indefensa la que se desarma frente a la inhumanidad del mundo. El efecto en el espectador puede ser contraproducente —desde afuera, puede tomarse como una prueba de resistencia y orgullo; algo que, en sus peores momentos, está filmado como un carnaval del desquite—, aunque el film se las ingenie siempre para traer tranquilidad justo cuando está al borde del grito de denuncia o el subrayado. La dignidad hecha añicos, la moralidad descompuesta y la voluntad negada a la solidaridad son los atributos de un mundo que los Dardenne vienen retratando hace rato, pero por primera vez en su filmografía corresponde al espectador hacer un esfuerzo para sacar a la protagonista —ser dignísimo, poderosamente construido— de ese mundo diseñado como coto de caza e imaginar el drama de su mente para disfrutar la pírrica libertad que gana en su hora más desesperada. Y de la misma manera en que hay que decir que los Dardenne todavía están a tiempo de desprenderse de algunos malos hábitos, es preciso mencionar que le deben a Marion Cotillard el salvataje y la dignidad de su última película, algo que conviene recordar en un país donde sus otras dos extraordinarias actuaciones —la de De rouille et d´os (2012), de Jacques Audiard, y The Inmigrant (2013), de James Gray— todavía no pudieron ser vistas como se debe.

 

Dos días, una noche (Bélgica/Francia/Italia, 2014), guión y dirección de Luc Dardenne y Jean-Pierre Dardenne, 95 minutos.

12 Nov, 2015
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