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Drive My Car

Ryūsuke Hamaguchi

CINE y TV

En el cuento de Haruki Murakami “Drive My Car” (así en inglés en el original, con un guiño irónico a la pareja jovial de la canción de los Beatles), un reconocido actor japonés contrata a una veinteañera esquiva como chofer particular para llevarlo al teatro seis días a la semana. Le han detectado un glaucoma y ya no puede conducir, pero se irá viendo de a poco en las conversaciones con la chica que el punto ciego en el campo visual esconde una ceguera y un vacío más hondos. En los silencios que deja la obra que el actor repasa escuchando un casete durante los viajes, sabremos que ha perdido una hija, que desde entonces su mujer le fue infiel y que después de su muerte, por curiosidad, como una forma del duelo o tratando de comprenderla, ha trabado amistad con uno de sus amantes. La chica, Misaki, escucha más de lo que habla, pero carga también con una doble pérdida. El auto del título es un Saab 900 amarillo y el actor, Kafuku, es Vania en Tío Vania de Chéjov.

La conmovedora intimidad de Kafuku y Misaki en el espacio estrecho del Saab está en el centro de la versión de Ryūsuke Hamaguchi, pero en las tres palpitantes horas de su Drive My Car (multipremiada en Cannes e inesperada candidata a cuatro Oscars) el drama se ahonda y se dilata. Con el mismo tono seco y el ritmo narrativo de Murakami pero sin el artificio del flashback, el pasado de Kafuku (Hidetoshi Nishijima) se recupera en un largo prólogo que precede a los títulos, facetado con otro cuento de Mujeres sin hombres, “Sherezade”, una forma generosa de fidelidad al autor que de ahí en más brilla en otras sutiles expansiones y licencias. La narración rapsódica de La rueda de la fortuna y la fantasía con que Hamaguchi contó otras tres historias conversadas de encuentros, desencuentros y amores contrariados (2021, Oso de Plata en Berlín), encuentra una forma nueva, abierta a vibraciones concéntricas, más porosa a la complejidad arborescente de las relaciones humanas. Kafuku es aquí actor-director y la acción se traslada a Hiroshima, donde dirigirá una puesta experimental de Tío Vania con un grupo de actores que interpretan sus papeles en distintas lenguas, incluido el lenguaje de señas coreano. Uno de ellos —Takatsuki— es el ex amante de su mujer. La obra de Chéjov gana así protagonismo en los viajes y los ensayos, y ahonda la reflexión sobre la universalidad y el poder sanador del arte; renacida fuera del teatro, se confunde y se hace eco del drama de los personajes. Con justicia distributiva y poética, también el pasado de Misaki (Toko Miura) se revela ahora en un largo viaje final hacia el norte nevado de Japón. Y aunque el realismo del cine amplía el paisaje, el espacio estrecho del Saab 900 —mezcla de sala de ensayo, confesionario, diván del psicoanalista, refugio y escape— sigue siendo el escenario privilegiado de las vidas reales que se entrelazan. Es rojo ahora para que destaque en las tomas panorámicas de autopistas y rutas solitarias, como si así, empequeñecido en el paisaje con banda sonora amable y hospitalaria de Eiko Ishibashi, potenciara la intensidad de los diálogos en las tomas cerradas del interior del auto.

Fiel a su manera a Murakami y a Chéjov, Drive My Car deslumbra en la delicada coreografía de las historias que se entraman, pero también en la discreción minimalista de los detalles. “A menudo empleo ‘al borde de las lágrimas’”, decía Chéjov, “pero eso sólo se refiere a la expresión y no a las lágrimas”, una resistencia a los desbordes del melodrama que Hamaguchi comparte. Kafuku sobrelleva sus tragedias con entereza hierática pero la cámara se demora en una lágrima que rueda por su mejilla después de ponerse las gotas que debe aplicarse a diario. Y si Hiroshima es sinónimo de tragedia irreparable, no hay menciones de la guerra ni de la catástrofe. Cuando Kafuku quiere dar un paseo por la ciudad, Misaki lo lleva a una monumental planta de reciclado de residuos y más tarde a un parque junto al mar, donde fuman y conversan de pie a unos metros de distancia.

El viaje hacia el norte en el Saab y las confesiones más desgarradas de Kafuku y Misaki terminan en un abrazo fraternal, dolido y a la vez esperanzado. No sorprende entonces que el final (antes de un breve epílogo en el presente real de la pandemia) coincida con el final de Tío Vania. “¡Viviremos, tío Vania!”, le dice Sonia a Vania-Kafuku, “¡Tengo fe!… ¡Creo apasionadamente!… ¡Ardientemente! … ¡Descansaremos!”. Habla en lenguaje de señas coreano mientras lo abraza, una profesión de fe en los sentimientos verdaderos que se expresan más allá de las palabras. La vida sigue a pesar de todo. Hay valentía y una especie de consuelo atemporal en la simetría de los abrazos.

 

Drive My Car (Japón, 2021), guión de Ryūsuke Hamaguchi y Takamase Oe sobre un cuento de Haruki Murakami, dirección de Ryūsuke Hamaguchi, 179 minutos. En la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín el 17 y 18 de marzo y el 9, 10, 16 y 17 de abril, y desde el 1 de abril, disponible en MUBI.

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