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Endeavour

Russell Lewis

CINE y TV

Endeavour es una producción británica de la cadena ITV que viene emitiéndose desde 2012 y que cuenta, hasta el momento, con siete temporadas. La acción discurre básicamente en la ciudad de Oxford y sus alrededores, entre finales de los años sesenta y principios de los setenta. Los protagonistas principales son dos policías, el veterano inspector Fred Thursday y su subordinado el joven y excéntrico detective Endeavour Morse, encargados de resolver todo tipo de crímenes que tienen lugar en la famosa ciudad universitaria.

Según esos parámetros iniciales, la serie no parece nada especial; podemos contar por decenas las producciones británicas de policías y criminales en las actuales plataformas digitales. Pero dejando atrás ese anodino punto de partida, las curiosidades y las particularidades de Endeavour la hacen destacar tanto por la forma como por el contenido.

En primer lugar, es una suerte de precuela de una serie de los años noventa, previa (en todos los sentidos) a la gran eclosión serial del siglo XXI, famosa en Gran Bretaña pero con escasa resonancia internacional, Inspector Morse (1987-2000) que, basada a su vez en las novelas de Colin Dexter, narraba las aventuras de un Endeavour Morse maduro y desencantado en el Oxford del momento. Es decir, la actual Endeavour funciona como una máquina del tiempo con la que profundizar en los orígenes de una personalidad torturada y solitaria con brotes de genialidad visionaria.

Uno de los aciertos de la producción de la serie, en ese sentido, es el espléndido casting. Shaun Evans (como Morse) y Roger Allam (como Thursday), además del resto de acompañantes, son actores no especialmente conocidos pero con muchas tablas, con un obvio aire retro y una movilidad lenta que encaja a la perfección con la época en que se sitúa la acción, y con una destacada capacidad para aguantar los planos cortos y prolongados, típicos de esta serie y que tanto ayudan a la caracterización de los personajes.

En lo que a series policiacas se refiere, estamos acostumbrados a emociones fuertes, a golpes de efecto y a detalles escabrosos. Endeavour no basa su atractivo en ninguno de esos aspectos. ¡Los policías británicos ni siquiera llevaban armas en los años sesenta! En los capítulos, de infrecuente extensión (hora y media, casi pequeñas películas supuestamente autoconclusivas), la morosidad es marca de estilo, la trama se desarrolla siguiendo un ritmo que no gasta trucos baratos ni tampoco tramposos cambios en el punto de vista. Sobriedad ante todo, parece proclamar la producción, sin pomposidad aparente.

La única grandilocuencia la apreciamos en el entorno: ese Oxford monumental que parece fuera del tiempo. Edificios y calles silenciosas por las que apenas vemos gente, ni siquiera muchos alumnos o profesores; tan lejos de la actual masificación turística en busca de los escenarios de Harry Potter. La ciudad, al igual que ocurre con los interiores, es tratada en la serie con un cuidado exquisito por los detalles, que son significativos sin llegar a ser abrumadores. La decoración de los pubs, de la comisaría, de las viviendas (ya sean lujosas o humildes), siempre dicen algo, siempre suman.

Fuera del tiempo parecen también en muchas ocasiones los propios personajes, como en el tránsito de preguntarse por su propia identidad. De ahí que las tramas, la resolución de los asesinatos, sea en muchas ocasiones menos importante (aunque sin dejar de serlo) que aquello que sucede en el interior de los protagonistas. Ese es, precisamente, el punto fuerte de la serie, el momento en que se funden la morosidad, la capacidad de los actores para aguantar un plano corto y la importancia de los espacios. Son incontables las ocasiones en que los personajes aparecen reflexionando sobre su situación o sobre los detalles de la trama, en silencio, en un entorno concreto que los define o que sugiere aquello en lo que piensan.

Podría decirse incluso, por el estilo y por la forma, que la serie Endeavour tiene algo de nórdica. No tanto porque responda a las normas del ya manido nordic noir, sino por sus referencias a la tradición cinematográfica del norte de Europa. Sin pretender cargar las tintas, hay momentos en que al ver esos planos de los que hablaba arriba, uno piensa en Bergman (sin trauma), en Dreyer (sin trascendencia) y, sobre todo, en Kaurismaki (sin desesperación). Por decirlo de otro modo, en ocasiones dan ganas de que el desarrollo de la narración prescinda del asesinato en cuestión y se centre por completo en la vida cotidiana de los personajes, en sus respectivas soledades y en sus cuitas más íntimas inevitablemente elípticas o secretas.

Porque en Endeavour (al menos en seis de sus siete temporadas; la última, lamentablemente, traiciona el patrón marcado por las anteriores en lo referente a la paciencia extrema en el tratamiento de lo cotidiano) uno de los elementos clave es el reflejo de la perplejidad ante los diferentes crímenes y, sobre todo, ante la propia existencia. De ahí que, por momentos, desprenda una palpable melancolía (¿podríamos hablar también de Von Trier?) que, a pesar de la sutil inscripción de la trama en los acontecimientos de la época, se aleja voluntaria y satisfactoriamente de la nostalgia.

Hasta tal punto es así que el espectador, atrapado por lo que nos propone esa máquina del tiempo narrativa, ni siquiera se pregunta por qué demonios hay tantísimos y tan variados crímenes en una ciudad tan pequeña, encantadora y apacible como Oxford.

 

Endeavour, creada por Russell Lewis a partir de personajes de Colin Dexter, ITV, 2012-2019, 30 episodios.

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