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La llegada

Denis Villeneuve

CINE y TV

Billy Pilgrim aprendió de los tralfamadorianos que el tiempo no es lineal, que la vida es un presente constante, que el pasado y el futuro conviven en simultáneo, que la realidad es múltiple. Los budistas también lo saben. La filosofía zen insiste en que el tiempo es una percepción, tal como la realidad. Philip Dick también lo sabía. La física cuántica enseña que el sujeto de observación modifica el objeto de estudio. Cualquiera puede adivinar el futuro, basta con imaginarlo. Por eso, Kurt Vonnegut nos pide que tengamos cuidado con lo que deseamos. Si no sucede en este mundo, sucederá en otro. Todo lo que queremos que suceda, sucede.

La hipótesis de Sapir-Whorf sostiene que hay una relación directa entre el lenguaje y el modo de percibir el mundo. Wittgenstein mediante, podríamos decir que sólo podemos pensar lo que puede ser comunicado. Lo que no podemos poner en palabras, lo que excede el idioma, pero que percibimos, ese misterio insondable es la frontera a la que, en el mejor de los casos, la ciencia y el arte se aproximan, cada vez con mayor acierto y probabilidad. El cine es un lenguaje. Muchas veces escuchamos lo que dice, pero no entendemos. Escuchamos sin oír.

Los canarios son particularmente sensibles al metano y al monóxido de carbono. Antiguamente, los mineros llevaban canarios a las minas. Si el canario cantaba, la zona estaba libre de gases tóxicos. Denis Villeneuve, el director de La llegada, decide recuperar esta anécdota y homenajear a los canarios en una escena en la que, para comprobar el grado de toxicidad en la nave extraterrestre (que parece una caverna), los científicos deciden llevar un canario en una jaula. Kurt Vonnegut decía que los artistas deben ser escuchados, que son como los canarios para los mineros. En el mejor de los casos, los artistas tienen una sensibilidad diferente, especial, que puede ser interpretada como una señal de alarma.

¿Existe un cine espiritual? Debería. Lo que sí existe es un modo espiritual de abordar cualquier fenómeno artístico. Por ejemplo, el cine. Algunas películas merecen este abordaje. La llegada, al menos, lo merece. Pienso en Hechizo del tiempo (1993), Una cuestión de tiempo (2013), Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) e incluso Matrix (1999). Hay otras. El que crea que lo importante de esas películas es el nudo argumental está demasiado apegado al intelecto. Leer desde el intelecto, sólo desde el intelecto, es una ocasión perdida.

La lingüista Louise Banks (Amy Adams) intentará descifrar un idioma extraterrestre, con la intención de comunicarse con seres de otro planeta. Sin embargo, lo que descubrimos como espectadores es que es más difícil la comunicación entre humanos que la comunicación con otras especies. La llegada es más una película de política internacional que de ciencia ficción. Si fuese una invención extraterrestre, serviría muy bien para explicarles a los seres humanos el porqué del silencio cosmológico que desconcierta a científicos y astrónomos desde siempre.

 

La llegada (Arrival, EEUU, 2016), guión de Eric Heisserer y Ted Chiang, dirección de Denis Villeneuve, 116 minutos.

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