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CINE y TV

Antes de ejecutar la pieza, Margarita Fernández acaricia las teclas de su piano. La secuencia acompaña la duración del Intermezzo 3 opus 117 de Brahms. La soberanía táctil es el fundamento sensible del retrato que propone Edgardo Cozarinsky en su nueva película. Diez dedos nonagenarios, delicados, que combaten el apresuramiento de la vista. Un fragmento de las Cartas sobre Cézanne, de Rilke, ayuda a ponernos en contexto: “Las manos como actrices, ágiles y libres en su actuación. […] Esas manos en vela: imagínatelas. Esos dedos separados, abiertos, radiantes o curvados los unos hacia los otros como en una rosa de Jericó; esos dedos que se muestran embelesados y felices o atemorizados en el extremo de los largos brazos: esos danzando”.

Un primer hilo, visible y pasional, gira en torno al compositor romántico alemán. “En cuanto a mi vinculación con la música de Brahms, yo siempre sentí más en ella la presencia de sus sucesores que la presencia de sus predecesores”, le dice Margarita a un músico adolescente. En un fluir conversacional ameno y casi infinito, articula distintas referencias que hacen de la música una gestualidad. Su participación en el Grupo de Acción Instrumental, junto con Jacobo Romano y Jorge Zulueta a principios de los setenta, atestigua la importancia del cruce entre distintos núcleos artísticos. Algunos retazos de archivo muestran los alcances de la propuesta y las vinculaciones con el entorno político —como la asunción de Héctor J. Cámpora a la presidencia— que Alberto Fischerman supo registrar en el film La pieza de Franz (1973).

A mitad de camino, Cozarinsky se autorretrata: su mano izquierda en la frente, contra la ventana de un tren que lo conduce a Baden-Baden, a la casa de Brahms y al principio de su amistad con Margarita, en 1974. La música de Brahms enhebra un gesto que acompaña el fluir de la lejanía. Diana Szeinblum ensaya una performance, Eduardo Stupía pasa revista a sus pinturas, Margarita narra sus lecturas primigenias de Arabian Nights, un joven lee en la plaza. Todos se toman un momento para levantar la vista y permanecer unos segundos. Una perspectiva que supondría distancia a la vez que implicaría una aparición, una epifanía —o, como diría Walter Benjamin, una Denkbild. Frente a otros sentidos, la vista cada vez más se ha vuelto como una entidad apresurada, evanescente. Cozarinsky, que ha filmado otros retratos desde la admiración, como los de Cocteau o Henri Langlois, aquí también habla del encantamiento de la amistad.

“Tu obra fílmica es como la saga de mi nuevo u otro nacimiento”, le dice Margarita, de noventa años, a Edgardo, en sus ochenta, en un reencuentro epistolar. Ese ida y vuelta se vincula con la lectura de las cartas de amor entre un joven Brahms y Clara Wieck, esposa de Schumann. En paralelo, Cozarinsky puso su voz en la película Ficción privada (2019), de Andrés Di Tella, al leer unas cartas del padre del director, Torcuato, a su esposa Kamala. Sentarse frente a un ombú para conversar, escribir una carta manuscrita, ver a través del vidrio de un bar cómo pasa la gente. Anacronismos que también son piezas musicales de algún presente.

 

Medium (Argentina, 2020), guion y dirección de Edgardo Cozarinsky, 70 minutos.        

8 Oct, 2020
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