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La oposición al “sistema” que encarna el agente Ethan Hunt está marcada por el espíritu de transgresión de los héroes clásicos, por una inconformidad recalcitrante que lo lleva a querer ordenar, una y otra vez, un mundo que se empeña en desarticularse de las maneras más caóticas posibles. Lejos del dandismo de casino de James Bond (nunca nos creímos el Bond “sufrido” de Daniel Craig) y más lejos todavía del primitivismo violento del parapolicial culposo Jason Bourne, lo suyo es una cruzada personal contra la muerte, a la que planta desafío una y otra vez como si estuviera tratando de probar su poder sobre los objetos con los que se va cruzando, sean estos cuerpos humanos, artilugios mecánicos o elementos más o menos alimenticios como el aire o el agua.
El gran Christopher McQuarrie se hizo cargo de la franquicia en Nación secreta (capítulo 5), y su cámara maestra dejó siempre en claro que su aporte a Misión imposible es un teorema a través del cual Ethan Hunt se mide con distintas fuerzas. La más obvia y evidente de todas ellas es la de la gravedad newtoniana (por el empeño en desafiarla), pero quizás haya otros conflictos menos obvios, más importantes dando vueltas por ahí. La distancia irónica del James Bond crepuscular (Roger Moore) ya no tiene espacio en el siglo XXI, por lo que a Hunt no le quedó otra que volverse trágico. Esto lo entendió muy bien John Woo, que en el capítulo 2 construyó una ópera a su alrededor, y no lo entendió para nada J.J. Abrams (que rompe o estropea casi todo lo que toca), que en el número 3 quiso armar un melodrama familiar porque jamás aceptó que Hunt no tiene biografía más allá de su currículum cada vez mayor de hazañas sobrehumanas.
McQuarrie posee una visión del personaje que no comparte con ninguno de los directores que pasaron antes por la saga. Para él, Hunt está definitivamente fuera del plano cronológico; es algo intermedio entre los dioses y nosotros (por eso creemos que puede hacer todo eso que hace) y su esencia divina está marcada ―como la de Heracles― no por su intención de erradicar el mal del mundo, sino por su insistencia en desafiar a la muerte.
Para sostenerse en ese objetivo, la neurosis de Hunt es tan importante como su físico privilegiado, que vendría a ser el del propio Tom Cruise, si aceptamos eso que se dice por ahí acerca de que se resiste a usar dobles de riesgo en las escenas de peligro de una serie de películas que es, básicamente, una única y gran escena de peligro. El conflicto principal de la saga es el de un grupo de espías que no pueden contener la pulsión de muerte de uno de sus miembros. Repercusión (capítulo 6) ya era una única disposición de escenarios de los que Hunt obtenía la energía que necesitaba para brillar (de París a Londres y, de allí, hasta los acantilados de Cachemira), pero en Sentencia mortal ya hay otra cosa, una pasión (re)multiplicada por caer al vacío, un desafío a la materia, una tenacidad en explorar la consistencia misma de lo real que tiene pocos precedentes en el cine moderno. No se trata de la pasión hueca y estúpidamente destructiva del cine de superhéroes, sino de un poderoso ímpetu por apropiarse del escenario narrativo de lo imaginario para intentar ver, de una vez por todas, de qué está efectivamente hecho. Una orquestación sublime de imagen y sonido orientada a reinventar la sensibilidad.
¿Qué es, entonces, Ethan Hunt? No es sólo un personaje, alguien a quien le pasan cosas. Tampoco es un dios, porque el sufrimiento humano le importa y lo moviliza. Tal vez por eso, por esa preocupación ante el destino de exterminio de la raza humana, esté pagando con esa locura que lo lleva al motociclismo suicida, a la aviación sin aparatos, al alpinismo sin cuerdas, al clavadismo alquímico. Cuando queda a un paso de la gloria celestial, siempre se lo puede someter a desafíos más demenciales. Pareciera que el objetivo final es destruirlo, como si su falta fuera demasiado grande como para ser purgada en esta dimensión. En Sentencia mortal se lo envía a combatir contra un sistema de inteligencia artificial que puede poner todos los objetos del mundo ―literalmente― en su contra. Hunt está a la altura porque es capaz de ser cósmico y anónimo a la vez. Como Heracles, recorre el mundo, enfrenta monstruos y bestias, impone justicia. El suyo es un intento loco (e inútil) por devolverle civilización a una humanidad descarriada. Es de esperar que en el capítulo 2 de esta película de casi cinco horas de duración se vuelva la metáfora rebelde y absoluta, desafiante por su soledad, de un tiempo lleno de énfasis pero casi sin épica. Como Heracles, como Belerofonte, ese otro demente al que los dioses sometían a misiones imposibles.
Misión imposible. Sentencia mortal (EEUU, 2023), guion de Erik Jendresen y Christopher McQuarrie, dirección de Christopher McQuarrie, 163 minutos.
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