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La rutina señala que es el hombre blanco quien le da la palabra al indígena, o la cámara, y el indígena, manso, le devuelve lo que se espera de él, principalmente, exotismo, lo cual equivale a una forma de negación. Pero también sabemos que esta mirada ingenua (cada uno ocupa su lugar) es propia del hombre blanco, siempre tan satisfecho de sí. No sé si recuerdan un meme donde aparecen unos indios apurados preparando su hogar para que los etnógrafos que los auditan puedan confirmar sus expectativas de retraso y precariedad.
En Senda india se subvierten los valores: el joven wichí Miguel Ángel Lorenzo filmó con una cámara doméstica escenas de su comunidad. Corría el año 1991, era el alba del menemismo, la ficción estatal más impactante de la historia argentina (un peso, un dólar), y de pronto a un indio se le ocurre filmar treinta horas de video que le sirvieron a la directora Daniela Seggiaro para componer un exquisito relato de ochenta minutos, sin fuegos artificiales ni golpes bajos.
Lo que vemos es una larga marcha, un intento de delimitación del territorio, marcado por dosis de humor, nostalgia, reflexión y sensibilidad. En la puesta en escena nadie les reclama que encarnen el papel preestablecido. Por eso se ve a los wichís no como son (estaban frente a una cámara) sino como deciden mostrarse, con su cámara desplazándose naturalmente por el medio del monte.
Pero el registro no es caprichoso, tenía un objetivo específico: recabar argumentos para enfrentar el litigio judicial por la propiedad de las tierras contra una empresa privada. La usurpación de tierras es un fenómeno que los wichís (y los pueblos originarios en general, de norte a sur, de este a oeste) vienen padeciendo desde hace siglos, y para eso el aparato ideológico estatal, con sus afilados brazos mediáticos, construyó el imaginario dominante: indios flojos, sucios, vagos (y a la vez su contracara: violentos, salvajes), y por lo tanto inmerecidos poseedores de las tierras, justificación suficiente para el despojo.
Justamente, uno de los momentos estelares del film registra la visita a los wichís de representantes del Poder Judicial. La misión consiste en inspeccionar las casas, hacer entrevistas, juntar pruebas para el juicio. Pero surge un problema, una de las personas que debe testimoniar no habla castellano. Se requieren entonces los servicios de un intérprete, pero el intérprete, como dice y repite un funcionario, “es de ellos”, no sirve. Este episodio remite a un relato magistral de Juan José Saer, titulado “El intérprete”: es sobre un indio que traiciona a su pueblo al ser convocado como traductor y traduce según sus intereses amorosos. Ambos episodios ponen la lengua (o las lenguas) en el centro de la conflictividad política, estética e ideológica.
Seggiario es la directora de Senda india, pero todo el tiempo tenemos la sensación de que en el corte hecho por los wichís había una conciencia de que de estas grabaciones podían volverse filmaciones artísticas, “tipo películas”. Esta apuesta conjunta borra, de alguna manera, nombres y marquesinas, y convierte a los wichís en narradores (y directores) de su propia historia.
Senda india (Argentina, 2024), guión y dirección de Daniela Seggiaro, 80 minutos.
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