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Las metáforas gastronómicas juegan de local cuando se trata de definir The Bear, la reverenciada criatura creada por el productor Christopher Storer que puede verse en Star+. Cocina de cocinas, olla hirviente o plato gourmet son figuras aplicables a la temporada inaugural de la serie estadounidense, que apretuja su universo en un modesto y convulsionado restaurant de sándwiches en Chicago a lo largo de ocho rasantes episodios de media hora. El asar de carnes, el corte de zanahorias o las demandas exclamatorias están a la orden del día en el reabierto The Beef, que tiene al cocinero Carmen “Carmy” Berzatto (Jeremy Allen White) como intranquilo apagador de hornallas propias y ajenas. El grito “¡Chef!” deviene código común y lema de batalla en un recinto afiebrado que el protagonista comparte entre otros con su primo antipático “Richie” (Ebon Moss-Bachrach), la recién reclutada Sydney (Ayo Edebiri) o el fiel Marcus (Lionel Boyce), quienes intentan darle salida al menú diario sin colapsar entre cosas que caen al piso, puteadas, quemaduras y heridas con sangre.
Más sala de ER Emergencias que comedor al paso, The Bear parece inspirarse en el libro de recetas crudas de John Cassavetes o los hermanos Safdie, sobre todo en los tan físicos como vertiginosos primer y séptimo episodios (este último filmado bajo la premisa incólume del plano secuencia único). Son las mejores entregas de una ficción que no puede ni se interesa en mantener el nivel de intensidad conquistado y que hace en cambio de sus intermitencias y omisiones su decisiva apuesta. Sea condensación proteínica o déficit de comida rápida, The Bear se sostiene de una trama que simplifica al máximo una tradición italiana demasiadas veces servida en mesa: “Carmy” vuelve al lugar que lo vio nacer luego de haber sido un reputado chef en Nueva York para hacerse cargo del negocio de frituras que le deja su hermano adicto y suicida. Pero no se sabe mucho de tales eventos familiares más allá de las apariciones fugaces de parientes como “Sugar” (Abby Elliott), las deudas heredadas o la revelación de algún turbio secreto. De igual forma todo en The Bear es destello improvisado y al borde de la exaltación gratuita: la llegada imprevista de una inspectora de salubridad, una turba de comensales insatisfechos, sesiones de alcohólicos en recuperación, pesadillas, balaceras, policías y hasta narcotráfico (“¿cómo creés que superamos el covid?”). Scorsese cocido por Bourdain, The Bear mete todo en la sartén para extraer lo justo y necesario, un sushi allí donde hubo fideos con tuco.
La música a la carta es una clave de la serie, espolvoreada con cadencias de Van Morrison, REM, Sufjan Stevens, Radiohead o Wilco (su Yankee Hotel Foxtrot es citado de manera cándida con el plano nadir de las geométricas torres Marina City). Es la reverencia a una realidad folk que supura entre las ruinas de las fantasías del sector terciario de una generación, aquella que soñó con revolucionar la guía Michelin y debió contentarse con reinventar la hamburguesa; los arcades de videojuego y el aro de básquet que sobresalen en The Beef son los ecos pintorescos de una adolescencia no superada así como la melancolía de una clase trabajadora condenada a arder en su salsa. No hay redención pero sí montaje, sugiere The Bear, una administración afectiva de ritmos y emociones que se nutre del caos para transmutar un legado en calorías.
The Bear, creada por Christopher Storer, Star+, 2022, 8 episodios.
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