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Objeto volador de una mitología identificada, The Vast of Night es también uno de los escasos estrenos que se destaca unos metros por encima de la diezmada grilla terráquea de 2020. El debut de Andrew Patterson gira en torno a la revisión del fantástico a medias entre el fetichismo retro y la legítima épica spielbergiana ensayada por J.J. Abrams, Jordan Peele o Stranger Things, aunque la casi inexistencia de los alienígenas invocados la haga aterrizar en una zona más estimulante. La materia oscura e in(di)visible del sonido, el misterio cósmico o la nocturnidad del título rodean con su halo la coraza nostálgica del film, manifiesta desde la introducción: el espectador asiste por medio de un televisor de futurismo añejo a un episodio del Paradox Theater de The Scandelion Television Hour, emisión sci-fi en blanco y negro granulado que reverencia al serial La dimensión desconocida.
El componente nerd —encarnado en el dúo literalmente dinámico que integran los protagonistas de anteojos chic Everett Sloan (Jake Horowitz) y Fay Crocker (Sierra McCormick)— no necesita más referencias para internar su fábula extraña en la localidad alejada de Cayuga, Nuevo México, durante la cándida década de 1950. El ruralismo paradisíaco y la modernidad en ciernes alimentan el tono encapsulado de The Vast of Night, que sitúa en ese vértice de tiempo y lugar el terreno virgen para la aventura autosuficiente: la afición radiofónica antes de la saturación masiva, la ciencia ficción previa a su impureza, la oxigenada noche pueblerina contrapuesta a la urbana, la sociedad estadounidense presta a sufrir el desgaste paranoico de la Guerra Fría.
Everett y Fay se encuentran en una serie de planos secuencia virtuosos de amplitud simétrica en el gimnasio escolar donde se está por celebrar el evento deportivo nocturno que convoca a los pobladores de Cayuga. Más tarde, mientras los vecinos permanecen en vilo, Everett conduce su programa de radio y Fay lo asiste como operadora de la centralita. Entre charlas con oyentes y concursos estrafalarios de época (se sortea un pedazo de la alfombra de la mansión de Elvis), se filtra un ruido de origen insospechado que los jóvenes se dedican a dilucidar: primero desde la distancia mediática y luego puertas afuera en un raid de asombro excitado.
La cámara sigue sus peripecias con talante autónomo, desplazándose a media altura como drone anacrónico y evocando con brío pulp una poética inhóspita de casas, silos, campos, árboles, negocios cerrados y caminos polvorientos. Cuando el foco regresa al estadio, la aglomeración humana parece venir asimismo de otro planeta, sensación propia de la transición entre adentro y afuera que experimentan artistas, fumadores y técnicos del detrás de escena. The Vast of Night opera en esa dimensión solitaria donde reverberan contrastes de luz y sombra, palabrerío interminable y súbitos silencios, movimiento y detención, sugestión y revelación, sonido e imagen.
La perversión naíf de lo que se muestra y escucha, ya sea en la exhibición de micrófonos, cintas y grabadores, el intercambio entre seres visibles y fuera de campo o las referencias a “Algo muy alto”, “arriba” o “en el cielo” que pronto alcanzará visibilidad icónica, se aproxima a la fantasmagoría analógica de Berberian Sound Studio de Peter Strickland: una creación así de radiante sólo podía emerger de la negrura y el vacío del presente que todo lo abduce.
The Vast of Night (Estados Unidos, 2019), guion de Andrew Patterson y Craig W. Sanger, dirección de Andrew Patterson, Amazon Prime, 191 minutos.
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