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“Espectacular”: la palabra no deja dudas; es elogiosa, laudatoria. Acostumbrados a la demagogia de lo espontáneo que alimenta la sensibilidad con la que muchos se despachan en las redes sociales y en los espacios de libre opinión de los periódicos, la frase “Hitler era un tipo espectacular” es escandalosa aunque previsible. Tan fácil se confunde hoy en la Argentina la libertad de expresión con el derecho a decir cualquier cosa. De ahí la bajeza con que algunos insinuaron que el epíteto que Jaime Durán Barba utilizó en su entrevista con la revista Noticias hace alusión, en realidad, a la estetización ritualista de la política que caracterizaba al nazismo, o bien a una frase sacada de contexto en razón de que su finalidad sería establecer una comparación entre el dictador alemán y Hugo Chávez.
Pero recapitulemos un poco: durante el reportaje, el periodista le recuerda a Durán Barba que Chávez tuvo en Venezuela “un nivel de aprobación altísimo”, a lo que el consultor acota: “Sí, como Hitler”. Allí el entrevistador le marca que no son casos comparables, pero Durán Barba, lejos de amilanarse, le retruca: “No, Hitler era un tipo espectacular. ¡Era muy importante en el mundo!”. Ante la mención de que seis millones de judíos fueron asesinados durante el Tercer Reich, Durán Barba no ceja: “Este [Chávez] expulsó a la mitad de los judíos de Venezuela” (?). La retahíla de canalladas concluye con una referencia a Stalin, de quien Durán Barba dice que también era “totalmente popular” y “un tipo muy fino”. Y hasta lo enfatiza: “La principal dedicación de Stalin era la poesía. Era un tipo de una finura impresionante”.
Si bien la comparación con Hitler constituye un lugar común tanto del arte de la injuria como de la sátira política (rastréese en el océano de imágenes de la web la metonimia del bigote como estigma ready made aplicado a numerosos dirigentes), lo insólito es que Durán Barba yuxtaponga a su intento de “nazificar” y “estalinizar” a Chávez un elogio de aquello que de entrada critica. Más allá de que admita que la enorme popularidad de Hitler no permite inferir que el suyo haya sido “un gran gobierno” (!), lo que Durán Barba hace es soslayar al genocida detrás del político. Salvo que estemos frente a un negador en ciernes de la Shoah (y no parece ser el caso), Durán Barba valora a Hitler como "gran hombre", como líder carismático, como “Führer”. Así, el epíteto “espectacular” pone de manifiesto no sólo que Durán Barba encuentra en el poder la forma suprema de la política, sino también el uso indiscriminado que se les da a esta y otras palabras en la Argentina. Uso que a veces homogeneiza peligrosamente el lenguaje de los reformadores y el de los reaccionarios, y que debería alertarnos acerca del peligro de caer en lo peor por no considerar con más tino el poder de la lengua.
Lo más grave es que el juicio positivo de Durán Barba con respecto a Hitler se entrevera con una relativización (“Todos son comparables”, dice) que no sólo atenta contra el sentido común sino que banaliza el nazismo, rozando su apología. Si se le hubiera dado la oportunidad de explayarse más, tal vez habría señalado que las instituciones criminales del Tercer Reich no invalidaron sus aspectos “normales” y modernizadores, así como tampoco el atractivo que el nazismo tuvo alguna vez para los alemanes. En la serie de exabruptos (los entrevistadores se sorprenden, lo cuestionan, pero él sostiene su planteo) asoma también una suerte de “antisemitismo inconsciente”, desviado. Oyendo el audio, uno tiene la impresión de que Durán Barba no dice exactamente lo que quiere decir (cuando lo lógico sería que no pudiese querer decir lo que dice). Hay que entender que la banalización del nazismo es exactamente lo contrario de lo que Hannah Arendt entendía por “banalidad del mal”, que indica una implicación sin precedentes de los hombres normales en una empresa que fue regida, en muchos casos, por “asesinos de escritorio”.
Pero a Durán Barba esto parece importarle poco. En lugar de pedir disculpas públicamente, deslizó en un comunicado el pretexto de que en Ecuador, su país natal, la palabra “espectacular” no es usada como un adjetivo elogioso. Después de todo, ¿qué diferencia hay entre un provechito ideológico como el suyo y el de aquellos que pretenden comparar el gobierno de los Kirchner con el Tercer Reich y con la Italia de Benito Mussolini, o a La Cámpora con las Juventudes Hitlerianas? Los especialistas en propaganda política como Durán Barba aprendieron de Hitler que se puede manipular todo, que se puede tratar todo como la última porquería, más aún en el contexto de la cultura de masas, donde no hay criterios de exactitud y todo es engañoso, vago y espectacular, sí, mal que nos pese.
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