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A la inclasificable serie de “ruinas instantáneas” con las que el rosarino Adrián Villar Rojas viene imaginando el futuro del mundo, acaba de sumarse Today We Reboot the Planet, una instalación monumental que invita desde el título a “reiniciar” la historia del planeta, con el mismo espíritu titánico-romántico-cibernético-cósmico que anima su obra desde Lo que el fuego me trajo (2008). La instalación inaugura la Serpentine Sackler Gallery de Londres, a metros de la Serpentine original en los Jardines de Kensington, y por lo tanto compite en imaginación futurista con la remodelación del viejo arsenal de municiones a cargo de la starchitect anglo-iraquí Zaha Hadid. Junto con un equipo de diez artesanos y artistas –su “estudio nómade”–, Villar Rojas creó un cerco surreal que envuelve el corazón del edificio –presidido por una elefanta que lo embiste de espaldas a la entrada de la galería–, transformó una de las salas en Arca de Noé de la cultura del siglo XXI-laboratorio post-apocalíptico y otra en templo laico, y cubrió el piso completo de la nueva galería con cuarenta y cinco mil ladrillos rojizos que traquetean al paso de los visitantes. Como en sus obras anteriores, todo está hecho de arcilla cruda y cemento, una materia vibrátil que resquebraja las piezas a poco de cobrar forma y riza el tiempo del “hoy” en un presente que se expande topológicamente en direcciones opuestas. La imaginación figura un futuro lejano, pero las piezas craqueladas ya son ruinas de un pasado remoto, monumentales y al mismo tiempo frágiles, respuestas efímeras como las obras mismas a una pregunta insistente, destinada también a autodestruirse: ¿cómo sería el planeta si lo reiniciáramos, como se “relanza” –reboot– un cómic o un videojuego conocido con un relato nuevo?
Pero también la obra de Villar Rojas se “reinicia” para renovar un edificio londinense del siglo XIX. Cultura y naturaleza se funden más francamente en las naves húmedas de la galería y el loop temporal se vuelve más complejo, enlazando la historia imperial británica con La Ladrillera, una granja-fábrica de ladrillos de las afueras de Rosario, en la que el equipo investigó in situ nuevos diálogos posibles con el mundo natural y la producción artesanal suburbana. Los restos fosilizados del arte y la cultura miran hacia atrás y extrañan el presente, pero en la misma arcilla que les da forma anida la vida futura que germina.
Aun así, no es ese el periplo que aparece en primer plano en el recuento local de la obra de Villar Rojas, sino su ascenso vertiginoso en la arena del arte globalizado, de la Bienal de Venecia al Museo del Louvre, la Trienal del New Museum, la galería Marian Goodman, la Documenta, el PS1 y la Serpentine Gallery en menos de dos años. El éxito fulgurante es un imán de suspicacias y suele alentar la sospecha de algún oportunismo estético que haya allanado el ascenso. Difícil que prospere en este caso con argumentos de peso. La obra de Villar Rojas, inmoderadamente matérica en tiempos de “conceptualismos sensibles” y post-minimalismos, romántica-gótica-surreal-informe contra cualquier reaseguro formalista, figurativa frente al auge del marketing latinoamericanista de la abstracción geométrica, resistente a la gula de los coleccionistas, ha encontrado una sintonía personal con la vibración del presente y es rabiosamente contemporánea en su remolino intempestivo de tiempos y espacios.
El recelo, sin embargo, es sólo el disparador de un efecto de más largo alcance. El reconocimiento internacional de un artista latinoamericano suele traducirse localmente en exitismo nacionalista (“El Messi del arte”, tituló Clarín no hace mucho; “ha tocado el cielo con las manos”, comentó La Nación), muy pronto reducido a un recuento de cifras en las subastas, acompañado de una progresiva prescindencia de la crítica de más largo aliento, en el preciso momento en que la lectura local debería iluminar la peculiaridad cultural que en parte lo distingue, reconstruir genealogías y diálogos estéticos con argumentos más firmes.
Una obra renueva el arte cuando “relanza” preguntas sobre el arte y sobre el mundo. Anoto sólo una entre las muchas que suscita la de Villar Rojas. En la sinergia de saberes, materiales, técnicas, preocupaciones estéticas y biopolíticas que enriquece la concepción misma de las instalaciones del equipo interdisciplinario que dirige, ¿no encontró Villar Rojas una nueva forma de inclusión del colectivo que no sea el “agradecimiento” en los créditos que abren la muestra?
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