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El arte trabaja con la metamorfosis poética de los materiales. Y el escultor vasco Eduardo Chillida y la artista de Nueva York Roni Horn, los dos artistas que hasta el 27 de octubre se exhiben en la sede de la galería Hauser & Wirth en la pequeña Isla del Rey de Menorca, son maestros de ese tipo de procesos. El contexto de la exhibición, el mar Mediterráneo, arroja una luz inesperada sobre estos dos creadores atlánticos. Al desencajarlos, los ilumina desde otras perspectivas. Y al incluirlos en una sofisticada experiencia de cultura y ocio, los resignifica en el panorama de la globalización y del turismo (que trabajan con la metamorfosis simbólica y económica de las marcas).
Chillida en Menorca despliega los resultados de sus estancias aquí, en los que sobre todo ensayó cómo plasmar la conversación entre la luz y la oscuridad, el blanco y el negro, los espacios positivos y los negativos. Las obras en papel superponen también las texturas. Las escultóricas, evitando el molde, hacen única cada intervención en superficies irregulares y rugosas. Entre las decenas de obras destaca, por su sencillez, la serie de ocho estudios de cómo dibujar una mano: recuerdan un esbozo de storyboard para animación, con esos dedos que se mueven para atrapar algo que no aparece, con esas herramientas naturales que conectan el proyecto con la materia, la idea con la obra.
La muestra de Horn es, en cambio, literalmente minimalista: se reduce a cuatro piezas. En la sala principal se disponen las nueve esculturas circulares de gran tamaño de “Untitled (‘A witch is more lovely than thought in the mountain rain.’)”, que son de vidrio fundido macizo pero parecen líquidas, inestables, como charcos encapsulados en color o como ámbar que pudiera romperse en cualquier momento, pero sin fósil en su interior. Son contrapunteadas por tres piezas de la serie “Key and Cue”, que transforman en esculturas verticales los primeros versos de poemas de Emily Dickinson, interrumpiéndolos triplemente (en el sentido habitual de la lectura, en el conjunto textual que supuestamente integran y dándoles una nueva naturaleza, tridimensional).
De la multiplicidad cambiamos en el pasillo a las piezas únicas. “Double Mobius” está hecha con dos cintas de oro puro que en algún lugar inconcreto se entrecruzan y se arrugan y se unen, para devenir un objeto que es al mismo tiempo un trapo dorado y una joya. Y, en la sala lateral, se encuentra “Black Asphere”, una escultura de cobre macizo que de lejos parece una bola o una esfera, pero que de cerca se revela como una “asfera”, es decir, asimétrica en un eje. Horn la ha visto como un autorretrato. Una obra que elude el binarismo, que no se define, al igual que hace ella con su androginia. O el oro cuando rehúye la condición evidente de joyería.
Se trata de convertir espacios mentales en formalizaciones matéricas, de encarnar los conceptos. La relación entre el mundo intelectual y el físico se encuentra representada en el interior de cada proyecto singular. En “Escuchando a la piedra”, Chillida perfora ocho recuadros en un bloque de granito que, por lo demás, remite a su estado natural. El diálogo de Horn con la poesía se imprime sobre aluminio y plástico negro. El arte —a través de la paradoja, el contraste, la metáfora— descarga las ideas de su mundo platónico y construye en el nuestro sombras capaces de contenerlas.
La recepción de una poética depende del contexto. Las de Chillida y Horn son atlánticas: el artista español exploró a conciencia la luz, las aguas, los paisajes del mar Cantábrico y el océano que lo rodea; la creadora de Nueva York ha trabajado la meteorología de Islandia o las aguas del Támesis. Tal vez por eso me sorprendió el efecto que causaba en sus obras el mar Mediterráneo. Sus proyectos dialogan en sus muestras actuales en Menorca con la arquitectura y la luz del espacio, que se convierten en agentes creativos, en un tercer vértice del triángulo de la vivencia. Grandes ventanales dejan entrar toneladas de luz y transparentan el azul turquesa del mar. Es imposible separar una experiencia estética de la otra. La tensión del contexto parece un eco amplificado de las tensiones que encontramos en cada una de las piezas de los dos artistas protagonistas.
Pero la pregunta por el contexto se amplifica en la visita a la Hauser & Wirth de Isla del Rey. La galería tiene veintidós sucursales en tres continentes, pero se inserta plenamente en las comunidades que rodean cada una de ellas. En la Isla del Rey y en Mahón lo hace conectando regularmente con un ferry ambos puntos; aliándose con bibliotecas y colegios para alimentar clubes de lectura con libros escogidos por Horn o un education lab sobre el escultor vasco; y trabajando conjuntamente con la Fundación Hospital de la Isla del Rey, una iniciativa que, gracias al esfuerzo de voluntarios españoles y expatriados, durante los últimos veinte años ha conseguido recuperar el histórico edificio, construido por el imperio británico en el siglo XVIII, y convertirlo en un museo médico y militar. La librería y el restaurante de la galería hacen que el conjunto sea la gran atracción cultural de Menorca.
En unos pocos kilómetros cuadrados convergen armónicamente, por tanto, lo propio y lo ajeno. El experimento es absolutamente glocal. Aquí se deshacen explícitamente los binarismos, para recordarnos que al igual que ya no es posible separar naturaleza de paisaje tampoco existe el antagonista de la globalización. Todos somos, de un modo u otro, turistas y seres glocales. La isla se vuelve, como es propio de todas las islas, miniatura del mundo. De nuestro mundo. Que, como la bola que no es bola o esfera, o como el bloque de granito natural intervenido con cuadrados casi perfectos, no es simetría, sino irregularidad. Una tensión constante entre ideas y materiales, en constante negociación, que nos interroga.
Una versión reducida de este artículo se publicó en la revista 4columns el 21 de junio de 2024. Se publica en Otra Parte en su versión original en español con la autorización de 4columns y el autor.
Imagen: detalle de “Untitled (‘A witch is more lovely than thought in the mountain rain.’)”, de Roni Horn (2018).
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