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Nada que ver con el tecnooptimismo. A propósito de los últimos ensayos de Éric Sadin

DISCUSIÓN

Hace un tiempo ya que Éric Sadin viene pensando, no sin preocupación, acerca de los cambios tecnológicos recientes, sobre todo lo que denomina “el acompañamiento algorítmico de la vida”. En una serie de ensayos recientes, advierte una pérdida importante de ciertas nociones acerca de lo humano que los nuevos dispositivos y sus no enunciadas filosofías adyacentes vienen imponiendo como versión de la realidad. (La editorial Caja Negra publicó en 2023 La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical, y en 2024 La vida espectral. Pensar la era del metaverso y las inteligencias artificiales negativas).

Desde el contexto actual, Sadin destaca en primer lugar la imposición de un régimen particular de relación entre las personas, y entre las personas y el entorno, que no es sino una adecuación universal automatizada que se rige por el principio de mayor conformidad entre las necesidades y los deseos estimados y las propuestas de satisfacción correspondientes. No es sólo que se propaga una idea mecánica de la relación entre deseo y satisfacción, sino que hay una producción artificial deliberada de este circuito que se retroalimenta, y que responde a intereses exclusivamente capitalistas, direccionada por las grandes empresas, con el consiguiente poder anestesiante sobre los consumidores.

Pero lo que inquieta a Sadin es sobre todo que el acompañamiento algorítmico de la vida, cuya nueva fase presumiblemente consistirá en la implantación de chips en el cerebro, implica “la migración de las condiciones de nuestras relaciones espaciotemporales hacia un medio completamente artificial”. Este medio artificial violenta las formas, modos y capacidades humanas: hace que lo humano se vuelque hacia los formatos y valores maquínicos y no a la inversa. No sólo porque todo lo que afecta a la virtualidad se erige en la negación, o incluso, el repudio del cuerpo como obstáculo a la pura idealidad cibernética, sino también porque en el aislamiento y la inmovilidad se apagan las relaciones entre seres. La negación del cuerpo es también una negación de la debilidad, la falibilidad y lo finito hacia una idea de dominio absoluto de las cosas y lo viviente y una construcción de la omnipotencia y la inmortalidad como metas.

La idea de la superioridad de lo incorpóreo se asienta bajo la mascarada de la afirmación de lo artificial como lo que es mejor, más verdadero y más eficaz. Esto produce la emergencia de un nuevo régimen de verdad, una verdad que se apoya en el aquí y el ahora simultáneos y universales creados por las capacidades de captación no humanas. Este régimen que toma el relevo de lo humano se caracteriza por abastecerse de un modo único que desecha la pluralidad de visiones, se sustenta sobre el acaecer en tiempo real que aplana la dimensión histórica y la narrativa humanas, y crea un vértigo que elimina los tiempos de análisis para presionar por decisiones inmediatas. Su estatuto de autoridad está basado enteramente en valores de eficacia positiva y responde sin fisuras a objetivos utilitarios de optimización. Funciona como un modelado de lo real, una cosmovisión única y total.

Por otra parte, es necesario subrayar una y otra vez que el culto a la inteligencia artificial está alentado por grandes intereses corporativos que, escudados en una retórica que pregona supuestos beneficios para todos los usuarios, crece en las posibilidades de control y disposición de los consumidores. Así, las repercusiones en el campo laboral de los problemas de salud de la población y de cada ciudadano en tanto exista una base de datos de los registros médicos, por el monitoreo robotizado de los flujos de la vida, son incalculables, por citar un ejemplo. Al mismo tiempo está alentado por un grupo de delirantes pseudomísticos (de acuerdo con el desarrollo histórico de las ideas que hacen teóricos como Mark Dery y Erik Davis), lo que no se sabe si es o no más peligroso.

Lo fundamental para Sadin es que la naturaleza de lo humano entra en contradicción con la de la inteligencia artificial por una incompatibilidad estructural. En relación con el ChatGPT y lo que se ha popularizado como “inteligencia artificial”, la tecnología funciona diseccionando cuerpos textuales ya disponibles en bases de datos y extrayendo de ellos leyes semánticas. Las frases formuladas por esta operatoria son el resultado de algoritmos alimentados por análisis estadísticos y modelos predictivos que eligen lo que tiene mayor probabilidad de surgir. Entonces, cuando con un tono íntimo, amable y cercano las aplicaciones nos sugieren u ofrecen algo, se trata sólo de estadísticas refinadas. Esto no es un lenguaje como capacidad de opción y creación, o una adecuación a una síntesis de experiencias y proyección a futuro para resolver situaciones en un contexto específico. Por el contrario, el efecto es el de uniformizar y estandarizar hasta el borramiento total lo particular y lo individual.

La promesa algorítmica es la de un mundo sin disensos y sin conflictos, en el que “el ser humano ya no tenga que padecer las maldiciones originales del esfuerzo y de tener que componer continuamente con lo real y con los demás”. Pero una vez rotos los lazos sociales y las relaciones con el propio cuerpo, lo que queda es una mente aislada y desgajada que se puede entregar a sus propias alucinaciones, incluidas las paranoides, y esta es una configuración subjetiva peligrosa sobre la que ya alertaba Lacan a mediados del siglo anterior: omnipotente, desligada de las regulaciones sociales que imponen un tope al goce y a la violencia, puede entregarse entonces a un estado de satisfacción perpetua, incluida la violencia extrema contra quienes amenacen ese estado de goce indiferenciado.

No alcanza en modo alguno con proponer organismos que pongan freno o regulen el uso de los dispositivos digitales de acuerdo con éticas consensuadas: el daño es más profundo, se da en el nivel de la subjetividad y de quiebre con lo que hemos considerado “humano” hasta ahora, un poco en consonancia con algunos señalamientos de Franco Berardi.

El pensamiento de Éric Sadin, entonces, es un llamado de retorno a lo humano, a hacerse cargo de sus vulnerabilidades y sus potencialidades. También una apuesta (¿utópica?) por la capacidad para hacer florecer otros modos de existencia y de ser en común que sean plurales, creativos y gozosos. Como proyecto político, ético y civilizatorio. Porque “toda vida que se resigna a someterse pasivamente a un modelo mayoritario está condenada a la tristeza”. Asumir el temor a lo diferente del mundo, de la realidad, de los otros, a su imprevisión y su sorpresa, la dificultad de construir entre varios, con diferencias y teniendo que ceder, pensada como una propuesta biopolítica de amplio alcance.

Por más tentadora que suene, una se pregunta cómo podría articularse en el contexto actual de avance de la extrema derecha, con su culto de las individualidades aisladas y una militancia contra la idea de lo social. Sobre todo, si se toma nota de que incluso en el mundo del intelecto y de las universidades, como lo notó hace años Mark Fisher (también publicado por Caja Negra), se ha impuesto un modelo de autovigilancia, competitividad y producción desregulada (o antiproducción, en términos de Fisher), en pos de una burocracia de los logros y rendimientos propios y ajenos. De acuerdo con este modelo, se trabaja cada vez más para mantener en funcionamiento una institución cuyos miembros van dejando de tener tiempo para pensar, desear e imaginar, mientras evalúan, informan, controlan, intervienen en los trabajos y las vidas de los otros, de maneras no siempre inocentes o acordes con criterios de calidad, sino de productividad demostrable en estadísticas.

Los recursos se asignan a las universidades en función del éxito con el que cumplen los objetivos de rendimiento, asistencia y retención de los estudiantes, entendidos en esta estructura como clientes, en una combinación de imperativos de mercado con “objetivos” definidos burocráticamente que es “típica” de las iniciativas “estalinistas de mercado” que ahora regulan los servicios públicos. La actualización periódica de la situación laboral mediante sistemas de “desarrollo profesional continuo” para la evaluación del propio desempeño ocupa el “tiempo de pensar” en labores burocráticas, de evaluación y autoevaluación, de llenado de formularios, informes, en un nivel de competitividad que hace naufragar todo lazo desinteresado y atomiza las redes colectivas.

El realismo capitalista ha infiltrado las estructuras institucionales con este giro, potenciado por la informatización y los requerimientos de las nuevas generaciones que se ubican en posición de consumidores que quieren hacer rendir su capital también ante las instituciones de enseñanza pública.

Esta matriz empresarial volcada sobre los estudios medios y superiores, se suma al hecho de que, por el uso de la inteligencia artificial, se están delegando facultades inherentemente humanas, como procesos de pensamiento y de toma de decisiones, en máquinas que no son sino regímenes de datos calculados, cuantificados, parametrizados, diseñados con fines mercantilistas, de control y de poder.

Fisher define el realismo capitalista como “una atmósfera que condiciona la producción de cultura, la regulación del trabajo y la educación; una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuina”. Invisible; penetra en toda la producción cultural y en las formas de interacción social, reproduciendo el capital como la única realidad posible. El alcance del capitalismo con las nuevas tecnologías es escalofriante: está, según Sadin, no sólo dentro de la casa, del celular, hasta en la cama de cada usuario, sino que también busca entrar en su psiquis, su visión de la realidad, o incluso en la producción de su deseo. Parece muy difícil escapar a eso.

El mismo Fisher había rastreado en la cultura popular las huellas de otras posibilidades, las potencias creativas que acechaban, en palabras de Herbert Marcuse, bajo la apariencia del fantasma de un mundo que podía ser libre, especialmente en las culturas de los años sesenta y setenta, de las que casualmente son cultores, no sin ambigüedades, muchos de los magnates de Silicon Valley. Leer a contrapelo para extraer de ese pasado, mediante el pase de pensamiento hauntológico (el que da lugar a que hablen los fantasmas de lo no realizado en el pasado), a otro presente u otro futuro, parece ser la tarea a realizar para salir de este estancamiento y perplejidad, cuando no abierta celebración de las tecnologías “inteligentes”.

¿Podrá emerger, desde esos márgenes, ese deseo poscapitalista, que nos reconecte, con lo real, con los cuerpos, con la diferencia inherente al otro en tanto tal y la vida misma? Habrá que inaugurar entonces un “tercer tiempo” y un “tercer lugar” para dar lugar al encuentro entre personas, tiempo y lugar por fuera de los marcos instituidos, en movilizaciones, reuniones de debate, colectivos con fines diversos, y en manifestaciones artísticas trabajadas como acontecimiento. Es decir, esas confluencias de personas, cuerpos, pensamiento, deseo, que reivindiquen la vida por fuera del algoritmo, una vida de riesgo, de encuentros, de disensos, de construcción de nuevos regímenes o modos de vivir, pensar, sentir.

Nada que ver con el tecnooptimismo, tampoco tecnopesimismo completo, la alerta de Sadin es un llamado al presente. Para que la suya no sea la voz que clama en el desierto.

1 May, 2025
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