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Paradoja y reivindicación de una pluralidad entrañable. Sobre «Perón», de Sara Facio

DISCUSIÓN

Ver las fotos de Sara Facio desde esta distancia (son del 72 al 74) obliga a mirar de nuevo a cada paso. Mirar esas fotos de multitudes: allí la palabra política levantada en los carteles se muestra tan inabarcable como cada cuerpo, como cada remoto gesto facial, como cada síntoma visual de época. La moda, por ejemplo, puede mostrarse tan opinante como la palabra política alzada en los carteles de los manifestantes: el pantalón acampanado pata de elefante completa los modos y vestires que fueron elegidos también para el momento de batalla de la manifestación, y que no pueden no representar, vistos desde ahora, aquellos cuerpos y aquellas ropas en toda su fragmentariedad. Aceptémoslo: el que marcha en manifestación hace marchar también con él los motivos y señales de un estilo de época. Como si lo supiera, pero sólo podrá saberlo cuando lo recuerde. A la distancia.

¿Los manifestantes de ese momento del peronismo se diferenciaban de los de otras corrientes políticas? Sí, claro, de los de cada una de ellas. Pero la distancia social convocada o representada por esa diferencia era otra con respecto a la que se había percibido o temido o intentado desmentir ante la visión de otras manifestaciones, como por ejemplo las del primer peronismo en la década del cuarenta. El manifestante de los setenta alcanzaba en su diversidad bordes sociales que podían sinonimizarlo con los de los actos de otros partidos que podrían representar —en la práctica, no en la palabra— amplísimos segmentos de clase, como había pasado temporariamente con el radicalismo frondizista, con algunos partidos de izquierda o con ciertos gremios. Y eso provocaba en la mirada de los propios y los ajenos la irrupción de súbitos reconocimientos de la novedad. Miradas ahora, esas imágenes pueden hacer pensar también que no habían irrumpido sólo otras modas y otro estilo o subestilo de época, sino también otras posibilidades (u otros niveles de necesidad) en relación con la articulación de esas señales del tiempo con la palabra de cada contemporaneidad: la exposición de estas fotos de entonces irrumpe también, entre otras razones, como efecto de la posibilidad siempre cambiante de hablar de ellas. Una posibilidad mayor que la de entonces, crecida como efecto de los imprevisibles despliegues de la palabra política sobre los personajes de esas imágenes. O a partir de la expansión de unos nuevos soportes y espacios para esas figuraciones, tanto en las artes visuales como en su crítica, o en cualquier decir sobre sus temas, o sus representaciones, o sus motivos…

Como si no sólo fuera posible hoy hablar sin término sobre las imágenes que hicieron historia, sino también reconocer que esas historias nunca han terminado de cerrarse, en toda la multiplicidad de sus alcances y —se lee en la palabra de los artistas, de los críticos, de los políticos— de su fragmentariedad.

Pero sobre el fragmento: cabría preguntar cuándo sale, él también, en manifestación. O cuándo termina de mostrar, él también, la condición oscurecedora de su fragmentariedad. Es inevitable percibir que remite a mundos ajenos a la totalidad en curso, en el espacio o en el tiempo… O a partir de su vecindad con otros fragmentos, mirado desde la deriva del Estilo de Época de hoy, que sigue mostrando su pluralidad a cada paso, en todas las instancias de sus imágenes y de su letra.

Sara Facio informa que una parte importante de las fotos que pueden verse en la muestra curada por Ataúlfo Pérez Aznar en Malba-Fundación Costantini no tuvieron exhibición ni publicación hasta hoy. ¿Habrá conspirado contra la posibilidad de que fueran vistas entonces, precisamente, su lejanía temporal con respecto a momentos que sólo llegarían más tarde, momentos de irrupción de interpretaciones del pasado que reconocieran sus inabarcables componentes de pluralidad y fragmentariedad, en el registro de las marchas y las manifestaciones? Hay en una de las salas de exhibición vitrinas con diarios del tiempo registrado, con despliegue de fotos de los mismos acontecimientos. Pero se trata de imágenes en las que prevalecen, ampliamente, las multitudes en tanto tales; las tomas de individuos o agrupamientos desvinculados del conjunto ocurren sólo en situaciones como la del abandono de la plaza, o en registros de enfrentamientos. En las focalizaciones de la serie de Facio pueden irrumpir, en cambio: el hablar de un discurso político que parece poder decirse también como sólo tiempo, convocado por las más cambiantes insistencias de la imagen; las imágenes de una plaza cambiada a sólo espacio político, cubierta por las palabras, y las imágenes del acto también antes o después de la ocupación de la escena por los manifestantes; o el ocupar la plaza propio de cada cual, a percibir en un registro de expresiones que siempre podrá verse plural, hasta llegar a la paradoja de la reivindicación de una pluralidad entrañable, propia.

Y otro diálogo entre pasado y presente a percibir se desplegará en los permanentes efectos de entrada y recomienzo. Esas entradas y esos recomienzos dibujados por las contigüidades del azar, esas de las que se piensa, en general, que son cosas de la calle, no de las comunicaciones masivas o del discurso político… Y ocurre que cuando así se piensa a esas contigüidades no se las retrata… y en estas fotografías sí aparecen.

En todo recomienzo se despliega un accionar nuevamente oscuro, que se separa de otros. Una de las fotos de la exposición muestra por ejemplo a unos jóvenes trepados a un árbol, mirando desde un costado una amplia ventana en la que se ve hablando a Perón, desde atrás de lo que se sabía era un vidrio antibalas. Los muchachos del árbol están en un primer plano y Perón mira hacia afuera, hacia algún punto lejano y elevado, pero se sabía que se trataba de un gesto fugaz. En general, en sus discursos orales Perón hablaba de un modo enrasadamente popular, mientras que en su escritura se desplegaba la apelación a un tono y unas referencias de corte clásico. Las alternancias eran previsibles, y en general era tanto o más acusada la previsibilidad de la oratoria de los políticos del momento en su conjunto. Pasaría mucho tiempo hasta que se empezaran a naturalizar los discursos en los que se reconocen las instancias de insularidad de cada instante y de cada fuente de la imagen o la palabra; en los que se reconoce como una nueva aventura de discurso cada momento de la escucha o del hablar. En otra toma de la misma ventana, la que está detrás del vidrio es Isabel Martínez, y su rostro aparece componiendo como por azar una imagen propia de la más clásica propaganda política, unido en los reflejos a los colores de la bandera… Como si cada lugar, cada motivo del acto en la plaza o en la calle volviera a revelar a la vez la presencia permanente de su dimensión simbólica de época y también, sin embargo, la imprevisibilidad de cada recomienzo de imagen, de discurso.

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