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Semanas atrás, la escena local de exposiciones recibió una pequeña lección cuando Paula Castro, artista y curadora, seleccionó un grupo de pinturas de Ernesto Gauna (más conocido bajo el pseudónimo popular de Pocho la Pantera) y las dispuso junto a una serie de intervenciones suyas en el espacio de Mite Galería. En la inauguración de la muestra, “Si sos vos soy yo”, la tensión era evidente. Si bien varios dudaban de la autoría de las obras firmadas por Pocho, sospechando una operación conceptual, Castro había logrado un equilibro difícil entre dos modos de comprender una construcción. Sus obras y los cuadros salvajes de Gauna (PLP) no sólo dialogaban sino que parecían necesitarse mutuamente para articular sentido. En principio, la propuesta suponía reivindicar la distinción como un refinamiento del equilibrio, o el equilibrio como la búsqueda inevitable de todo artista y curador; la armonía como neurosis y mantra.
Pasadas las 22.30, y para despejar cualquier resquicio de duda, Pocho la Pantera se hizo presente en el Patio del Liceo, saludó a los visitantes, posó con la concurrencia, se mostró agradecido por la invitación y, desconociendo los límites de su propia obra, firmó con marcador una de las piezas de la artista, rompiendo la calculada proporción de la sala y avanzando en el espacio, encumbrado en la barbarie de cotillón de su ropa de cuero y sus botas de lagarto. Hasta ahí, todo más o menos normal. Si algo quedaba claro era que efectivamente Castro había intentado transitar un terreno pantanoso con intenciones de volverlo funcional a una idea de su autoría. Pero esa idea se complejizó doblemente al colocarse más cerca de su propia realidad: Pocho La Pantera, hasta entonces un personaje menor de la escena mediática nacional, no sólo no percibió el ejercicio contemporáneo del que estaba siendo parte, sino que corporizó una forma de barbarie más oscura y tangible cuando comenzaron a circular datos fehacientes sobre su ejercicio del proxenetismo en los años ochenta, con causas iniciadas por uso de violencia física para tales fines.
Corroborados los links a las notas relacionadas con el pasado de Gauna, hubo un fuerte repudio en las redes sociales para con la artista y los galeristas, exigiendo el cese inmediato de la muestra. Paula Castro obviamente desconocía esos datos. A partir de ese momento, las obras que se presentaban como un análisis sobre las zonas fronterizas y los diques de contención desbordaron en la noche. Y aun así, o por eso mismo, hubo algo interesante en lo que sucedió (como hubo algo interesante también antes de que sucediera), tanto en la evidencia de cierta crudeza al apropiar y capitalizar sentido en una dialéctica de antemano conflictiva, como en la confrontación directa del salvajismo con su propio concepto dentro y fuera de la representación; una cadena silenciosa de reflexiones que atraviesa inclusive los consumos culturales por clase y la presencia de Mario Testino en el Malba.
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