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Sobre “Otro logos. Signos, discursos, política”, de Elsa Drucaroff, y la actualidad de la crítica feminista

DISCUSIÓN

En la década del noventa, la escritora mexicana Elena Garro publica Memorias de España 1937, una crónica de su experiencia en el II Congreso Internacional de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura Española. El libro incluye en su primera página una fotografía plegada de algunos participantes del congreso. En la imagen, a la que Garro jamás hará referencia directa, se ven quince personas posando en tres niveles. Las líneas imaginarias que se trazan entre los fotografiados forman a simple vista un triángulo escaleno, y uno de sus vértices, el más notable, es el que ocupa la autora: Garro entrecierra los ojos y mira a contrapelo de los intelectuales retratados.

La digresión permite introducir el libro Otro logos. Signos, discursos, política (Edhasa, 2015) haciendo referencia a un exceso en el que incurre la escritura, precisa y monumental, de la crítica argentina Elsa Drucaroff. En el capítulo 3, “Orden de géneros: feminismos y políticas”, la autora describe una fotografía tomada en el Coloquio Nietzsche, en Cerisy-la-Salle. A partir de una representación verbal, imaginamos la escena y sus poses: “Bajo el sol, con plantas detrás y el edificio académico donde han estado leyendo y discutiendo sus ponencias, departen Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, Maurice de Gandillac, Pierre Klossovsky y Bernard Pautrat. Son expertos en Nietzsche, son intelectuales prestigiosos”. La operación es, en rigor, contraria a la de Garro. Se practica aquí, en palabras de W.J.T. Mitchell, una de las aspiraciones utópicas de la écfrasis: que la imagen muda adquiera una voz, que se vuelva dinámica y activa, o incluso que se deje ver. Drucaroff se pregunta si no participaron mujeres en el coloquio donde Derrida lee una ponencia cuyo “tema es la mujer”, y la respuesta es anecdótica porque lo relevante es que la fotografía, su relato, da cuenta de una invisibilización que prefigura una omisión sostenida en la academia, tanto francesa como argentina. Sin embargo, dado que se prescinde de referencias concretas, la foto es un acto de fe para quien lee el libro. En esta operación de lectura, el recurso ―verdad y ficción― es inversamente proporcional al del resto del ensayo, donde la autora pone a dialogar intervenciones y saberes provenientes del marxismo, el feminismo y las teorías del discurso, entre otras, a partir de citas y abundantes referencias bibliográficas, en un acto de ventriloquia que exhibe tensiones y recupera una forma de escritura demodé pero eficaz (a lo Butler, se nos advierte) para las intervenciones críticas del presente. Es que en tiempos en que todos los caminos parecen conducir a lo queer y lo post (o lo “cool”, dice Drucaroff), Otro logos entiende que los ecos de la condena teórica que hace cuarenta y dos años relegó la tesis doctoral de Luce Irigaray (Speculum de l’autre femme), hito en la historia del feminismo y del feminismo de la diferencia en particular, siguen resonando.

Como apunta Adriana Cavarero, de la comunidad filosófica Diótima, la tarea de pensar la diferencia sexual resulta ardua porque esa diferencia yace precisamente en el borrón sobre el que se ha fundado y desarrollado el pensamiento occidental. La invitación más seductora de Drucaroff es, en todo caso, la de volver a leer el feminismo de la diferencia a riesgo de profanar algunas modas académicas y militantes locales para posicionarse en un presente teórico-crítico que muchas veces actualiza borrones. No obstante, en este recorrido se pierde de vista la pulsión genealógica que, a partir de la segunda ola, reconfigura el eje del debate y el sentido político de la lucha feminista: el objetivo no es, como postula Drucaroff, convencer a los intelectuales varones de que abran sus bibliotecas, sino sustentar y seguir tramando un discurso y su enunciación, o mejor aún, la propia biblioteca. Por este motivo, una de las apuestas más relevantes del libro es la discusión con Judith Butler a propósito de sus críticas a Luce Irigaray. Es allí donde la pulsión polémica de Drucaroff se actualiza y cobra fuerza. En este sentido, la écfrasis de la imagen de los hombres en Cerisy funciona como muestra mínima de una escritura que hace de la polémica su matriz, ya sea en tanto molde que funde la prosa (la indignación que la autora le atribuye a Irigaray tal vez sea una marca más propia que ajena), como en cuanto dispositivo que urde nuevas miradas y sentidos en viejos debates. Cuando el feminismo parece relegarse únicamente al plano de la militancia y la crítica feminista es acusada de anacronismo utópico, como diría Anne-Emmanuelle Berger, Otro logos presenta una lectura incisiva que pone en evidencia la necesidad de volver a pensar este fuera de campo de los estudios de género.

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