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A manera de cábala personal, el pianista y compositor Adrián Iaies viene editando al menos un disco por año, lo que en una carrera de dos décadas significa un corpus de grabaciones ingente y diverso. Recordemos. Iaies se hizo conocido abordando tangos a la manera de standards nacionales; luego amplió un poco más el visor, reparando en algunas canciones del rock nacional y el folclore, pero sin emigrar jamás del piano-jazz moderno. Desde hace un tiempo está concentrado en la composición original y —esto siempre fue suyo— la constante mudanza de formato. El trío de La vida elige, con Juan Manuel Bayón en contrabajo y Bruno Varela en batería, y el dúo de Como si te estuviese viendo, con Rodrigo Agudelo en guitarra, salieron juntos (ambos por S-Music / 20Misas, 2016). Obviamente se pueden escuchar de muchas maneras, pero quizá para quienes hemos seguido la saga de Iaies sin saltearnos capítulos lo más interesante sea percibirlos como verdaderos manifiestos a favor de una poética personal en un mundo, el del jazz del siglo XXI, que parece distribuido entre la ansiedad por dejar sentado el lugar de pertenencia mediante tropos melódicos o patrones rítmicos más o menos “locales” y, por otro lado, la recreación verosímil de los estilos históricos del género, eso que un tiempo atrás llamábamos neoclasicismo. En rigor, Iaies no hace ni una cosa ni la otra. Diríase que se coloca en un punto de fuga diferente. No ensaya fusiones superadoras —en verdad, ni siquiera lo hacía cuando basaba sus improvisaciones en Cobián-Cadícamo o Fito Páez—, pero tampoco le interesa tomar el jazz como una música de repertorio que, rigor estilístico mediante, se deje interpretar de manera escolástica. No sin ironía, algunas de sus creaciones llevan títulos bilingües —“(What It Means”) Saber que siempre estás por ahí”— o intercalan referencias autobiográficas en textos jazzísticos universales —“Colegiales When It Rains”—, como sugiriendo que la experiencia del jazz se fija más en la memoria personal que en imaginarios colectivos.
Iaies compone con algunos intertextos del songbook norteamericano: “Para siempre” recuerda “Too Close for Comfort” y “Recto no cazador” se basa intencionalmente en el clásico de Monk. Como ejecutante, no oculta sus afinidades electivas: en “Laura” y “Miniatura” hay un gesto Jarrett, y al escuchar “Turkish Lentil’s Blues” entendemos su admiración por el no siempre bien valorado Dave Brubeck. Pero ninguna de estas operaciones desdibuja la subjetividad de un músico muy personal, que se autodefine en ese incierto punto de encuentro entre la composición y la ejecución. Pianista refinado y meditabundo, siempre elegante y de expresividad atenuada (no es un romántico en el sentido usual del término), Iaies compone a su propia medida, pero nunca accidentalmente. Todos los temas tienen cuerpo y alma (algunos, como “Paul Bley”, con una pregnancia que termina siendo tarareo) y lucen robustos a base de tradición jazzística: ramilletes de blue notes, retardos y síncopas idiosincrásicas, déjà vu de baladas famosas y ese apolíneo medio tiempo en el que el músico encuentra margen para explorar los silencios y frasear como realmente le gusta. Sus composiciones son orgánicas, en el sentido de que trascienden tanto el viejo truco de la pequeña célula que crecerá —con suerte— en el curso de la improvisación como la secuencia robada de algún disco de Wayne Shorter. Experto en posibilidades armónicas —no en vano empezó su carrera como fan número uno de Bill Evans—, sus ideas musicales avanzan por seducción melódica y firmeza rítmica, generalmente dentro de formas establecidas, diríase clásicas del género. Hay en él una gran coherencia entre el jazz que disfruta como oyente y el jazz que toca como intérprete.
Brillantemente secundado, Iaies se potencia como pianista interactuando con sus músicos, activando esa gama de relaciones a la que el jazz invita y que al mismo tiempo cuestiona. El disco con el trío es un placer, se disfruta de entrada. Pero quizá la mayor apuesta, lo más original en relación con el pasado discográfico del propio pianista, esté en el dúo con el sorprendente Rodrigo Agudelo, allí donde la diversidad de situaciones (contrapunto, unísono, fugato y acompañamiento) surge como respuesta al problema de la complementación entre piano y guitarra, dos instrumentos autosuficientes que no suelen llevarse del todo bien cuando dejan de lado a otros interlocutores. Vayan como prueba del feliz resultado de Como si te estuviera viendo los tracks “Agudelo in the Mood for Love” y esa hermosa elegía a quien supo ser la mano derecha de Duke Ellington titulada “Missing Strayhorn”.
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