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Arte en flujo

Boris Groys

TEORÍA Y ENSAYO

Si, como señala Boris Groys en la introducción a su libro, “cada acontecimiento estético imita la futura muerte y desaparición del orden de la vida contemporánea”, conviene leer Arte en flujo no como un ensayo, sino como un manifiesto que define bien las formas contemporáneas de la catalogación. Tanto su tema (las dificultosas relaciones entre memoria y privilegio de mercado) como las posiciones artísticas que en algún momento redefinieron ese vínculo (de los planteos futuristas y dadaístas a las “descolocaciones” duchampianas) están proyectados contra la institución “Museo” como universo de relatos. La “reología” del arte que propone Groys (esto es, considerar sus tendencias como movimientos de un fluido cuyos cambios y variaciones se producen dentro de la invisible estructura del tiempo) requiere necesariamente un veredicto sobre los contextos en los que ese arte se discute y, por lo tanto, demanda una opción política frente a la circulación y la exhibición. Sin ceder a cultos hereditarios, la postura de Groys es clara: la dependencia de la obra con respecto al contexto de su circulación ha provocado una relación de solidaridad crítico-económica que dificulta el movimiento o gesto de quiebre hacia adelante que supieron articular las vanguardias. Tironeado por pretensiones de veracidad inmediata, el arte contemporáneo se propone imitar el horizonte de su hipotética extinción, llevar su propio tiempo hacia la destrucción mientras esclaviza la mirada en el culto a la conjetura instantánea impuesto por el “evento artístico”. La tendencia, pareciera ser, es el regreso ficticio del “aura” cuya desaparición ya había profetizado Walter Benjamin, y allí es donde la web se descubre como máquina de resucitación: Internet pulsa relatos y articula ficciones alrededor de la obra muerta del museo, restituye miles de sentidos posibles y simultáneos que vuelven visible el traslado del futuro a la tradición imprimiéndole una escala infinita que sólo funciona “antes” o “después” de la memoria, pero casi nunca como sostén de esta. ¿Cómo producir, entonces, algo nuevo, algo que no se haya visto antes? Martin Heidegger, en “El origen de la obra de arte” —texto con el que Groys discute más o menos explícitamente, tanto aquí como en el reciente Introducción a la antifilosofía (2016)—, afirmaba que la obra de arte únicamente tenía vida en la época de su surgimiento y que la llegada al museo sólo lograba despojarla de su relación original con la verdad. La única forma de sortear ese anquilosamiento era catapultar el arte hacia el futuro, mostrar el porvenir en su forma inicial a través de obras esenciales que pudieran esquivar el juicio crítico del presente. Heidegger proponía, ni más ni menos, relegar la estética en favor de una teoría esencialista del arte, pero ese camino lo llevó hacia una mitología del ser y al problemático (ahora lo sabemos) proyecto fundador del destino histórico de un pueblo. Muchos años más tarde, y a la luz de un nuevo paradigma tecnológico, Boris Groys está preguntándose nuevamente por la posibilidad de un arte “esencial”, aunque el futuro ya no sea la perspectiva metafísica de la vida, sino un constante e infinito desorden administrado online.

 

Boris Groys, Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescencia del presente, traducción de Paola Cortes Rocca, Caja Negra, 2016, 224 págs.

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