Querida vieja

Un libro reunido por insistencias: la pregunta de El espíritu del suelo es sobre todo la pregunta por el agotamiento, la invisibilización, la herencia y la descomposición, por una relación, la “nuestra”, con el suelo. Parte de “la conciencia medioambiental de la segunda mitad del siglo XX, que supuso un giro hacia concepciones biológicas y ecológicas en una disciplina que solía estar combinada por la física y la química” para entablar una conversación con la vida, el pensamiento y el lenguaje: contribuir a la descomposición del suelo como proceso vital supone también descomponer las formas de vida y de pensamiento.
Ecología significa aquí una manera de relacionarse. En el marco de la ontología alternativa que nos propone la autora, los humanos ya no sólo viven en el suelo sino que son el suelo. A partir de este desplazamiento, como parte de un complejo ordenamiento planetario de ecologías interconectadas, el ser humano no sólo debe re-conocer la descomposición como parte de la dinámica vital del suelo, sino también contribuir a ella. No se trata tanto de que los ciudadanos se vuelvan expertos, sino de prácticas que desplacen el conocimiento. Una transformación de los marcos epistemológicos supone ante todo un compromiso: “prestar atención a mundos que han sido olvidados, silenciados o borrados”.
Como sospechamos, la historia del suelo nos pone en contacto con la herencia de una explotación antropocéntrica, produccionista y colonial donde el suelo es concebido como un mero recurso para el uso humano. Sin embargo, este libro hace lo que dice: las historias que contamos importan y, en este sentido, se trata de narrar otras historias, más justas y habitables, que convoquen nuevos vocabularios, prácticas e imaginarios. No tanto de inventar, sino más bien de hacerse sensible a lo que acontece por fuera —o a pesar de— nuestro atropello humano: la historia del suelo puede ser también la historia de una biorremediación, un cuidado, una atención.
Prestar atención al suelo no es un gesto neutral, sino más bien el compromiso de transformar el imaginario dominante del suelo como materia inerte en su “paso a la visibilidad como un evento que revela por derecho propio su ambivalente significado material y cultural”. Hacer visible la infraestructura planetaria que sostiene el suelo como proceso de destrucción y creación es también ponerse en contacto con una afinidad: el suelo como archivo, como memoria, como residuo. Como decía Freud, los sueños están compuestos en su gran mayoría de restos diurnos: el sueño o la pesadilla nos enfrentan a una irreductibilidad, a una fuerza que nos sabe chiquitos, implicados. Tal vez de esto se trate la poética de la infraestructura, de un llamado: la palabra que se acerca a la vida hace lugar.
María Puig de la Bellacasa, El espíritu del suelo. Por una comunidad más que humana, Tercero Incluido, 2023, 172 págs.
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