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Los mecánicos suelen protestar resignados porque ya no es posible meter mano en un motor: cada desarrollo tecnológico parece esconder la materialidad y, así, impedir la constitución de un oficio. La reproducción industrial de la palabra escrita siguió ese recorrido de un modo sorprendente. La revolución cultural ligada a la imprenta se fundó sobre tipos móviles fundidos en plomo, placas de madera tallada, piedras litográficas y prensas. Nada de eso es necesario hoy para fabricar un libro, un periódico, una hoja volante. En unas pocas décadas la digitalización colonizó el mundo de lo impreso.
Una de las consecuencias evidentes de ese salto tecnológico es la ubicuidad. No sólo es posible publicar palabras en cualquier parte y de inmediato en Internet: aun convertir esas palabras en tinta, o toner, sobre un papel exige un equipamiento sencillo y disponible en términos masivos. Sin embargo, esa movilidad del impreso no es novedosa. La principal enseñanza de Las imprentas nómadas es, justamente, que ante una necesidad —y la palabra impresa se convirtió a pocas décadas de la invención de Gutenberg en una necesidad—, los humanos resolvemos los problemas con una eficacia maniática.
El curioso objetivo de este libro es relevar aquellas situaciones en las cuales las imprentas y los trabajadores que conocían el oficio de operarlas salieron de los talleres. Se trata de un fenómeno documentado en testimonios y en una rica producción iconográfica que va desde los tiempos de los incunables —los impresos previos al 1500— hasta mediados del siglo XX, cuando la fotocopiadora, la edición asistida por computadora y las impresoras láser convirtieron los tipos de plomo y las prensas en un delicioso anacronismo.
El libro se inicia con una descripción de las máquinas y de sus usos, a veces desplazados de la intención de los inventores. Con el apoyo de una nutrida colección de imágenes de época, que permite entender el funcionamiento de algunos estrambóticos aparatos y la dificultad heroica de su transporte, se nos ofrece un mundo de prensas móviles —en algunos casos, diseñadas para producir pruebas de imprenta en el taller—, platinas y minervas, prensas litográficas y, recuerdo de maestras de primaria para los lectores de cierta edad, polígrafos y mimeógrafos.
Puestas a punto las máquinas, el libro es sobre todo una compilación de anécdotas e historias que encuentran la imprenta en celebraciones —recorriendo ciudades en carros o montadas sobre el hielo del Támesis—, o en las trincheras de la Primera Guerra, para consuelo y diversión de los soldados. En aviones, trenes y barcos —una imprenta se hundió con el Titanic—, en el interior de las casas (every man his own printer) de la liberal Inglaterra que permitía la venta de imprentas de juguete o en la clandestinidad, en los países que entendían —con agudeza, quizás— que esos mismos juguetes podían minar la autoridad del Estado.
El libro exhibe episodios de una irrepetible etapa, no sólo de las tecnologías de impresión, sino de la palabra escrita. Quizás nunca más el solo acto de poner en circulación palabras vuelva a tener esa centralidad en nuestra cultura.
Alessandro Corubolo y María Gioia Tavoni, Las imprentas nómadas. Artefactos, conspiraciones y propaganda, traducción de Nora Sforza, Ampersand, 2019, 318 págs.
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