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Los ochenta recienvivos construye un archivo de una materia no pensada para ser registrada y arma una madeja de vidas, poemas, ideas y problemas que sin dudas resonará en futuras investigaciones.
A través de performances de Batato Barea, Emeterio Cerro, Marosa di Giorgio y Roberto Echavarren, Irina Garbatzky historiza bajo nueva luz las décadas pasadas en el Río de la Plata: el paso de la contracultura a la parakultura, las políticas del humor, el ataque a las narrativas históricas dominantes, la invención poética, el lugar de las minorías sexuales, la autogestión y la mercantilización under. Para ello, presenta cuerpos que entramaron voces, textos, teatralidad y reminiscencias escolares con una coyuntura signada por el saber de las desapariciones, el disciplinamiento corporal y el consenso posdictadura, y explora interrogantes (“qué resta de lo humano después del fin de las utopías, qué se aprende del pasado, cómo se quiebra el disciplinamiento corporal e ideológico”) que evidencian que los ochenta, recienvivos, tienen aún mucho para decir.
Cuando Garbatzky cita a Patrice Pavis: “el performer no debe ser un actor que interpreta un papel, sino sucesivamente un recitador, un pintor, un bailarín y, un autobiógrafo escénico”,su musicalidad y prerrogativas suenan como modulación de la noción de comunismo de Marx y Engels en La ideología alemana. Hacer cosas diferentes sin depender de una para sobrevivir, no vivirlas como ajenidades. Una relación no alienada, que evite las separaciones que Marx define en El trabajo alienado. Ni demanda de “autenticidad” ni retorno, sino llamado a una existencia organizada como devenir de la modulación creativa, capaz de crear con lo que aparece y hacer aparecer aquello con lo que crea.
Arriesgo: las performances de Los ochenta pueden verse como un comunismo que no se inscribe sólo en ideas e instituciones sino también en los cuerpos; como acciones orientadas a que prolifere la creación. Esto, que no cierra la discusión sobre las relaciones de poder, las instituciones y las injusticias sociales sino que la complejiza, permite mostrar al performer como un estratega y al estratega político como un performer.
Otra clave de lectura está donde, para imaginar esos cuerpos en el encuentro entre sexualidad, política y poética, Garbatzky retoma a Roberto Jacoby y diferencia el cuerpo ausente de las Madres de Plaza de Mayo del cuerpo alegre del rock.
Arriesgo: hay otros tres cuerpos que imprimen otros afectos en el rock. Un cuerpo “roto”, delirado, que, con suerte, podrá descubrir la potencia de ser cualquiera, y que el Indio Solari condensó en “se rompe loca mi anatomía con el humor de los sobrevivientes” (“Vencedores vencidos”, 1987); un cuerpo, también de ricota, “autosustraído”, invisible a los medios, que caracterizó gran parte de las estrategias de la banda; y un cuerpo “punk” o “rabioso”, el de Alerta Roja “Demoliendo la Casa Rosada” en 1983, Violadores haciendo “Uno, dos, ultraviolento”, la “Vida monótona” de Conmoción Cerebral y “el Féretro” y la “Gente que no” de Todos tus Muertos.
Cuerpos que, como los del libro, se sustraían al consenso alfonsinista. Postutópicos: no reponían un Hombre Nuevo ni Integral. En ese cruce entre la figura del performer y los modos del cuerpo se instala Los ochenta recienvivos, para aportar decisivamente a un debate que hace tanto a la genealogía de nuestro presente como a las formas de habitar el tiempo.
Irina Garbatzky, Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata, Beatriz Viterbo, 2013.
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