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Historietas, literatura. Con muy pocas y recientes excepciones, las adaptaciones han funcionado en un doble sentido: por un lado, acomodan la literatura para el consumo de menores o incapaces, y entonces proponen una pedagogía infructuosa. Por otro lado, como cuando alguien ordena “¡ubicate!”, ubican la historieta en su lugar menor. “Una casi uniforme secuencia de humillaciones”, dijo Oscar Steimberg. Las libertades que, cada vez más, se toma la historieta respecto de las artes más venerables son el resultado de una autoconciencia de los historietistas tanto como de una sensibilidad pop que es el agua de nuestra pecera: sensibilidad y autoafirmación que explican este Relato soñado, adaptación de la nouvelle de Arthur Schnitzler que realizó Jakob Hinrichs.
Primer indicio de seguridad: el libro incluye el texto completo del relato original. El estilo de Schnitzler, además, es muy “literario”, si se me permite un adjetivo tan tonto. Relato soñado trata de los devaneos eróticos de un médico, entre un placer conyugal innegable pero a la vez pleno de secretos, reales o imaginarios, y las opciones que ofrece el mundo bajo la forma de la hija de un paciente –el erotismo como ejercicio de poder– y una fiesta orgiástica –el erotismo como conocimiento de lo oculto–. El relato está basado en alusiones: no hay descripciones precisas ni una configuración del espacio detallada, y el texto se construye sobre todo a partir de la exposición de sensaciones y sentimientos.
Hinrichs se enfrentó a restricciones inevitables. Un dibujo es siempre explícito y, sobre todo, particulariza, y sólo las palabras podrían hablar de sentimientos del mismo modo que la prosa. La historieta, entonces, toma distancia de su objeto de adaptación. En principio, pone todo el registro gráfico en la irrealidad. No sólo porque el dibujo se aleja de la representación fotográfica: todo estilo gráfico es una convención que, si se sostiene con la coherencia de Hinrichs, pasa a ser lo “real”. A lo sumo, sus muñecos le permiten una exhibición de genitales que hubiera cambiado de género el relato de haberse representado con un estilo más convencional. Baste imaginar esta misma historieta ilustrada por Manara, o recordar la piel de Nicole Kidman en la película de Stanley Kubrick que adaptó, también, a Schnitzler. El carácter onírico de las secuencias se juega en otra zona, en el modo en que se incorporan objetos extraños sin subrayarlos: el paciente es una cucaracha, su hija no; un barco con remeros y las mascaradas conviven con la arquitectura moderna y las cámaras de seguridad. La puesta en página incorpora también una renuncia al ilusionismo y abunda en simetrías, juegos formales y alteraciones tipográficas.
La principal demostración de independencia, de todos modos, está en el final: aquello que la cortesía me impide revelar. Sólo diré que adaptar puede ser, en ocasiones, ubicar un relato en el espacio de otra moral.
Jakob Hinrichs y Arthur Schnitzler, Relato soñado, traducción de Juan Andrés García Román, Nórdica Libros, 2013, 158 págs.
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