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Memorias de un cinéfilo

Henri Langlois

TEORÍA Y ENSAYO

La sociedad suele espantarse ante la destrucción de objetos de la cultura. Cada tanto rememora con desmedido pesar la quema de libros en cualquier tiempo y lugar; hace unos años se condolía ante el azote a piezas de museo en nombre de Alá. Pero hay desapariciones que no por poco estridentes dejan de ser atendibles.

Hace décadas el cine está desapareciendo. Godard lo anunció —y hasta emprendió su duelo, cosa que acometió incluso en 3D— cuando el séptimo arte empezaba a afantasmarse, algo que comenzó con la aparición de la TV y recrudeció cuando se impuso su hipnótica cultura, hecho que dura hasta hoy gracias a la Matrix que ha relegado el cine al desván de los trastos inútiles. A Godard lo encendía el fervor del cruzado. Primero en video, luego en digital, batalló contra esa desaparición, pues creía que con ella se desvanecía algo más que un mero dispositivo de comunicación. A cargo de la Cinemateca Francesa durante años, en cuya labor mentó una idea de cinefilia que perduró por décadas, e impulsor no ya de una arqueología cuanto de una épica redencional del cine, a Henri Langlois lo movía la fe del misionero. Confiado en que el cine era no otra cosa que catalizador de nuevas visiones del mundo, y que en él se inscribía el futuro más que el pasado, al coleccionismo de reliquias en celuloide supo acompañarlo con una prédica encendida que dejó en papeles escritos hoy recogidos.

Memorias de un cinéfilo. Escritos sobre cine (1931-1977) recopila un sinnúmero de textos —entrevistas, notas de juventud, entradas de un diario, crónicas incluso en forma de verso y retratos de grandes películas, directores y actores— con los que Langlois bendijo un tipo de cine, un director, tan sólo una obra que valdría la pena recordar. En tiempos en que se nos asegura que el osario virtual guardará todo in eternum, Memorias de un cinéfilo es un inventario de rescates del olvido, sólo que atesorados en la trémula materia ya extinta, el celuloide: el cine mudo y la vanguardia francesa; Josef von Sternberg, Ozu, Bergman, Vigo, Buñuel; Naná de Renoir, son sólo algunos de los recordatorios sobre los que en estas páginas escribe Langlois, siempre con un tono confesional y apostólico.

Como Godard, Langlois trajinó en un tiempo en el que el cine era un arcón de historias desconocidas como el que trajo Marco Polo. A pesar de la diversidad de dispositivos para verlo, hoy el cine parece destinado a robinsoniana, a isla desierta, ya hogareña, ya portátil atracción anclada en la palma de una mano; de ahí su desaparición tal como lo hemos conocido. Amante del cine más que crítico y menos aún pensador como fuera Godard, Langlois bregó para mantener viva la llama del cine. Valga este libro como un acto de resistencia.

 

Henri Langlois, Memorias de un cinéfilo. Escritos sobre cine (1931-1977), traducción de Carlos Schilling, El Cuenco de Plata, 2016, 336 págs.

16 Mar, 2017
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