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Diario de una princesa montonera introduce una variación imprescindible en la narrativa alrededor de la última dictadura y sus efectos en el presente. La familia ya no es la protagonista exclusiva; finalmente, ingresan al texto otros personajes, es decir, otros actores sociales: el Estado en sus distintos niveles, organizaciones de peso político, organizaciones pequeñas, militantes por los derechos humanos, ex militantes de los setenta, testigos de los juicios por los crímenes de lesa humanidad, doctorandos, universidades extranjeras. Todos tienen un lugar porque todos intervienen en la construcción de la memoria tanto de la dictadura como de la militancia revolucionaria. Diario… procesa las mediaciones institucionales que en el presente se tienden entre el sujeto y cualquier relato posible acerca del tema.
Aunque evidentes para la mayoría de los habitantes de la Argentina, hasta ahora estas determinaciones materiales no habían sido incorporadas de ese modo por otros autores. Por ejemplo, los textos de Félix Bruzzone o el biodrama Mi vida después, de Lola Arias, mantienen todas las acciones dentro del círculo familiar, en un espacio donde prácticamente no hay reconocimiento de la mediación del Estado y las organizaciones de derechos humanos. Incluso cuando se los menciona, aparecen sólo como fondo o como una coda para un relato construido con foco en lo familiar. Los personajes parecen forzados a construir desde cero un discurso acerca de la dictadura o de sus padres en aquellos años (son textos escritos con la perspectiva de los hijos, al igual que el de Pérez), como si nadie hubiera hablado antes sobre el tema. La figura autoral que proyectan es la de un escritor poco informado, que por eso debe circunscribir la historia al terreno familiar, conocido y seguro. En Diario…, por su parte, también hay abuelas, nietos, primos, pero tienen sobre todo un rol político. Se organizan, militan o dejan de militar, realizan actos y recordatorios; sus acciones se dan una dimensión pública y colectiva. En Diario… se rechaza el dogma de que la única manera de no ser políticamente ingenuo (en la literatura y fuera de ella) es adoptando una perspectiva autobiográfica.
Más allá de sus limitaciones estilísticas, e incluso de las opiniones críticas de la autora sobre la política de derechos humanos de los últimos años, Diario… redefine el piso para la literatura sobre el Proceso. La narración abandona un estado de cosas y de ánimo detenido en los noventa y se sitúa en 2013. En otras palabras, ya no es sólo una tragedia familiar, sino un conflicto social y político.
Mariana Eva Pérez, Diario de una princesa montonera, Capital Intelectual, 2012, 208 págs.
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