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La Biblioteca Nacional es un organismo descentralizado del Poder Ejecutivo pero dependiente de él, entrelazado con sus lógicas políticas y presupuestarias. Su director es un hombre tan trágico como libertario, tan plebeyo como adorniano, que no sólo organiza la catalogación, digitalización y edición de libros, sino que proyecta sobre la memoria de la cultura argentina un plafón barroco, o sea, cósmico. El matiz que Horacio González, junto con su grupo de colaboradores, le ha propuesto a la administración pública enseña que una “gestión”, como se le dice en variopintos espacios políticos de apariencia diversa, no sólo puede dejar cosas concretas en el acervo de una institución, sino que en el tiempo presente discute con nociones de mando, burocracia, lengua de las cúpulas y las así llamadas “prioridades del gobierno”.
En un gesto anacrónico —por lo tanto, audaz—, la Biblioteca edita desde hace más de diez años su revista, llamada precisamente La Biblioteca y continuación de la fundada por el erudito francés Paul Groussac en 1896. Apiladas, las ediciones al mando de González ya exceden las cinco mil páginas de ensayos, memorias y balances, entrevistas, documentos incunables facsimilarizados y fotografías. ¿Los temas? Del poder del que archiva a la mitología, pasando por la mística laica de Borges, cuando no intervenciones marcadamente contemporáneas sobre poesía, ecología, comunicación, derechos civiles o urbanismo.
En su decimocuarto número, la propuesta ecuménica del ejemplar persigue hablar de los “Ensayos lenguaraces”, pensando estos como “programática del idioma” y escrituras de una imaginación “transcanónica”. El universo temático elegido no es poca cosa para la estética interpretativa que González propone desde siempre, pues el ensayo es, para su lengua refinada, el acercamiento más cercano posible a la tragedia que agrupa lo nacional con lo imperecedero de las cosas. No podía no ser fuerte un dossier que propusiera estos temas, siendo González el mayor pensador del ensayo como tensión entre la sapiencia libresca de los sujetos universales y la radicalidad del territorio cargado de sangre y palabras situadas.
El lector encontrará reflexiones sobre corrientes ensayísticas más reconocibles como la de Friedrich Nietzsche, León Rozitchner o Walter Benjamin, así como propuestas temáticas más oblicuas: las influencias libertarias que rondan el aire de la cultura argentina (Christian Ferrer), la acechanza de la biopolítica en la literatura (Fermín Rodríguez), la discusión con el sintagma “historia de las ideas” desde una contrahistoria de las ideas míticas nacionales (Horacio González), entre otras. En su texto sobre las afinidades entre Lezama Lima y Martínez Estrada, Cecilia Abdo Ferez dice que “las palabras son así sujetos de seducciones inesperadas entre ellas” y surca una primera línea para la definición parcial del ensayo como forma de vida: tendrán que estar ahí la magia, el cuerpo libre y una tónica interpretativa de alegría y pesar en su justa medida.
Revista La Biblioteca N°14, primavera de 2014, 544 págs.
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