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En un texto de 1976 titulado “Hombre, androide, máquina”, Philip K. Dick anunciaba que “el mayor cambio que prolifera actualmente en nuestro mundo es, quizás, el impulso de lo viviente hacia la cosificación, y al mismo tiempo un desplazamiento recíproco de lo mecánico hacia lo animado”. Este movimiento ambivalente captado por Dick (suerte de variación paranoica de la crítica del Heidegger contemporáneo al nazismo, que cuestionaba una sociedad de orientación puramente tecnológica) coincide con la pregunta por la “dimensión estética” que propone el Herbert Marcuse más tardío, interesado en las posibilidades radicales de liberación ofrecidas por un progreso técnico ya decidido a borronear la diferenciación histórica entre trabajo intelectual y manual.
Gilbert Simondon captura las inquietudes desorbitadas de todo ese arco temático y autoral, y sus escritos teóricos cubren el período en el que el estudio de la cibernética se transformó en la zona de operaciones tácticas donde el hombre pasa a enfrentar el temor de ver cómo todas sus fuerzas de creación empiezan a volverse contra él. Los temas que van a inflamar las “filosofías del apocalipsis” de la segunda mitad del siglo XX (convenientemente atravesadas por las “teorías del caos” y sus fenómenos dinámicos fuera de equilibrio, que estallan en la década del sesenta) ya están en Simondon, pero tratados desde una perspectiva “psicosociológica” que huye tanto del pesimismo cultural “a la Fráncfort” como del belicismo inorgánico que, a través de Foucault y Deleuze, arrastra y confina las ideas en la caja plástica, mágica y extensible de la biopolítica. Constantes como la “utilidad” y “sacralidad” de los objetos, la industrialización de la vida a gran escala, las exigencias del automatismo y la deriva de una sociedad política y cultural condicionada por una economía de cálculo productivo son abordadas por Simondon desde la inquietud por su modo de existencia, lo que equivale a preguntarse por la apertura del sujeto humano a la historicidad a través del uso aplicado de las ciencias y las artes (eso que Simondon denomina “concretización”) y no simplemente reducir esa relación a una variable de utilidad destinada a la domesticación de las fuerzas naturales, que aseguraría la autarquía del hombre en un entorno progresivamente mecanizado y hostil. Esta posición es profundamente inconformista y no participa del escepticismo morboso que caracteriza actualmente la relación entre las máquinas y el mundo, en la medida en que los escritos de Simondon incluyen y asimilan los problemas vinculados a la representación y la estética (el inédito “Antropotecnología”, de 1961) y proponen herramientas y conceptos (el “olivo de Ulises”) para desmentir la organización azarosa de una realidad siempre intencionada económicamente. Como replanteo crítico de esa “guerra contra la realidad” a la que la filosofía alemana estaba confinando la reflexión sobre la técnica (una escuela algo extrema y desproporcionada, que alcanza su punto álgido en el “determinismo del almacenamiento” de Friedrich Kittler, y que puede remontarse hasta el triunfo maquínico sobre Dios decretado por Oswald Spengler y sus “vikingos del Espíritu”), esta colección de textos escritos entre 1953 y 1983 propone alternativas para desprenderse de cierta predicación horizontal y contemporánea enamorada del “solucionismo” y sus variaciones publicitarias, para volver a las fuentes legítimamente fascinadas de Herodoto y Jenofonte, acaso los primeros que entendieron el progreso técnico como un arte que se ocupa de las diversas maneras de hacer aparecer objetos en el mundo.
Gilbert Simondon, Sobre la técnica, traducción de Margarita Martínez y Pablo Rodríguez, Cactus, 2017, 448 págs.
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