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OTRAS LITERATURAS

Complemento vivencial de La Reserva Nacional Pushkin, novela que Añosluz publicó el año pasado, El oficio retoma la huella temática que marcó la vida y la obra de Sergei Dovlátov: el lamento cáustico e interminable del escritor incomprendido, sin lectores, sin editor y sin patria.

En esta oportunidad, lo de interminable quizás sea un tanto exagerado. En la segunda parte del libro, Dovlátov da cuenta de un éxito modesto durante su exilio en Nueva York, hacia el final de una vida que pudo haber sido más larga. Se publicaron cuentos suyos en la New Yorker, se editaron varios de sus libros y su literatura tuvo el respaldo de escritores célebres, Kurt Vonnegut entre ellos. A la luz de sus memorias, sin embargo, lo verdaderamente interesante de ese éxito es la perplejidad que le provoca, una perplejidad incluso mayor que la inoculada por los fracasos anteriores, como si Dovlátov descubriera en él un veredicto sobre una calidad finalmente revelada. “En los años sesenta yo era un escritor incipiente con enormes ambiciones”, confiesa. “Mis ambiciones eran inversamente proporcionales a las posibilidades concretas. Quiero decir que la ausencia de oportunidades me daba el derecho de considerarme un genio no reconocido […] Y he aquí que estoy en Occidente. Todavía no salió de mí el genio. Algunas ilusiones se han esfumado. En su lugar, parece que comienzo a transformarme en un escritor norteamericano medio”.

La primera parte, que cuenta las décadas de infortunio editorial en la Unión Soviética, es la que más se ajusta a la idea que llevó a Dovlátov a escribir El oficio: ordenar su biografía “creativa”, la “aventura” de sus manuscritos. Las frustraciones, la mayoría de ellas debidas al rechazo político que generaban los temas y el tono de sus relatos, se acumulan en un vagabundeo que va desde Leningrado hasta Tallin. En el medio tienen lugar la bohemia, las rivalidades, la denuncia del gregarismo imperante en la cultura socialista, el refinamiento del estilo, las múltiples formas en que la literatura le estropeó la vida y viceversa. Cada capítulo está rematado por lo que el autor llama un “Solo de Underwood”: extractos de escenas o de diálogos cargados con un humor infalible, que iluminan y amplifican lo que se acaba de leer.

La parte de Nueva York, más narrativa y convencional, se centra en la fundación de un diario para inmigrantes junto a otros exiliados. El tren de los episodios se parece mucho a una comedia de enredos. Hay un italiano comunista que es confundido con un mafioso, hay fiestas regadas con vodka, hay la sensación de ser demasiado pequeño en una ciudad demasiado grande. En ese lapso Dovlátov alcanza los laureles antes esquivos y se pregunta por lo que está detrás y ninguna publicación garantiza. ¿Por qué se escribe y para qué? ¿Cuándo se transforma uno en un escritor “de verdad”? ¿Qué es lo que el éxito pone en evidencia, lo que arruina? Todas preguntas que El oficio —con traducción póstuma de la decana Irina Bogdaschevski— empuja hasta volverlas universales.

 

Sergéi Dovlátov, El oficio, traducción de Irina Bogdaschevski, Añosluz Editora, 2017, 196 págs.

 

12 Oct, 2017
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