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De chico abandonó el colegio y fue mitólogo prodigio; murió antes de los cuarenta; el libro estuvo perdido veinte años; son páginas de erudición rabiosa, prosa ensayística maximalista y una politicidad fogosa; podría agregarse hasta la belleza del nombre “Furio Jesi” (que encima aparece en internet como “el más odiado por el fascismo”) y el espesor estético-afectivo de la palabra “Spartakus”, entre los condimentos varios que no deberían eclipsar los valores más efectivos ―con mayor potencia de efectos― de este artefacto, bastante orgánico empero, de ciento sesenta páginas (sin contar el prefacio, de Andrea Cavalletti, y algunas páginas tipo apéndice final con borradores o índices alternativos hechos por Jesi). En su centro está la revuelta, como concepto y como experiencia ejemplar ―Berlín, primeros días de enero de 1919, el derrotado levantamiento espartaquista―, para situar la relación entre el sufrimiento histórico ―la violencia anímica de la sociedad de clases― y el mito como salvación inmanente efectuada en el espacio extemporáneo de la revuelta.
La revolución busca intervenir en el tiempo histórico; la revuelta, suspenderlo. Por eso, Jesi ―que nació en Turín en 1941, empezó Spartakus tras visitar París en el 68 y murió en 1980― afirma que para los revolucionarios de su tiempo hay tres grandes fuentes de nostalgia que les gustaría haber vivido: la Comuna de París, el levantamiento espartaquista y la Guerra Civil española ―más que la Revolución Rusa, dice, porque su victoria como instauradora de una programática histórica la empobrece míticamente, restándole poder epifánico: la idea cristalizada en ideología repone la forma burguesa―.
Es un libro denso y con partes que se traman de modo elíptico, alegórico, pero con reincidencia en sus puntos vertebrales. Thomas Mann y Bertolt Brecht, Rosa Luxemburgo y su camarada Karl Liebknecht, el dramaturgo Edwin Piscator, Theodor Storm y Goethe, Nietzsche y Husserl (es una fenomenología de la revuelta), las religiones mistéricas y Louis Antoine de Saint-Just: son como pantallas donde Jesi se mete con su obsesión mitológica para entender el sacrificio, la renuncia, los Monstruos, la tensión entre la política como intervención en el presente y como escape a la eternidad. Critica a Marx, pero especialmente a los marxistas militantes como “preparadores” de un mañana que saben relativo y parcial; como operadores de un finalismo, que se presentan como medio pero consolidan burocracias. Benjaminiano, precursor del acontecimentalismo, acaso situacionista, sitúa en la temporalidad instituida un mecanismo de dominación; los hombres vivimos subyugados por el tiempo histórico, por el progreso, presión que entristece, “esteriliza el espíritu” y dispone la carne a la explotación.
Leyendo El mito del eterno retorno de Mircea Eliade, Jesi propone que la empiria es el único garante de genuinidad para la preocupación de un historiador, y en la empiria constata “dolores impuestos al hombre por la historia”, que se conjuran huyendo del tiempo histórico mediante la experiencia mítica que es la de la muerte ritualizada como eternidad, la experiencia de una escena atávica donde el hombre tiene un encuentro a la vez íntimo y común con sus arquetipos, y reconquista la inocencia. Es una “experiencia poética de acceso ―incluso solitario― a la colectividad del ser”.
Furio Jesi, Spartakus. Simbología de la revuelta, prefacio y edición de Adriana Cavalletti, traducción de María Teresa D’Meza, Adriana Hidalgo, 2014, 208 págs.
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