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Vivimos días desconcertantes, que nos obligan sin tregua a revisar viejas ideas, a replantearnos convicciones muy instaladas con las que contábamos para orientarnos en el mundo. Este libro es una guía, pero no una que vaya a mostrarnos alguna salida. Es, más bien, una invitación al laberinto: a adentrarnos en lo oscuro del bosque, llevando sus palabras como única brújula.
Virginia Woolf escribió que el futuro es oscuro y que eso es “lo mejor que el futuro puede ser”. A Solnit le gusta mucho esa idea y de hecho la cita en otro de sus libros. En Una guía sobre el arte de perderse, en vez de citarla, la despliega: se zambulle en la oscuridad y, desde el fondo, nos enseña a ver sus matices, sus colores, toda la vida que florece ahí en secreto. Pero el color de este libro —porque claramente lo tiene— no es en verdad el negro ni lo oscuro, sino el “azul de la distancia”. De los nueve ensayos que lo componen cuatro llevan esa frase por título, como un estribillo o un mantra o, tal vez, como enigmáticos mojones en una tierra de ideas, extensa e incógnita. Y es que no es fácil asir el tema principal de estos ensayos: la pérdida, sí, ¿pero en qué sentido? Perderse se dice en muchos sentidos; el arte de la pérdida, para Solnit, no es uno solo. Puede perderse una competencia, pueden perderse cosas, certezas, historias (y es “lo natural” que estas se pierdan), podemos perdernos a nosotros mismos. Podemos perdernos los unos a los otros y podemos también perdernos en nosotros mismos, en las insondables profundidades de nuestra propia cabeza (y esa es “la forma más sencilla de la locura”, y la más ubicua). Podemos perder un país, una casa, un hogar; podemos perdernos en el desierto, en las montañas; o perdernos en una historia, en una relación (y quizás encontrar así una mina de felicidad).
El arte de perderse, así como no es uno, no tiene tampoco un único valor. Este libro es una invitación a un viaje, pero no promete que vaya a ser todo placentero. Cuando Solnit nos invita a “abrirle la puerta” a lo desconocido, sabe bien que abrirle la puerta a la noche es también abrir la puerta a sus peligros. Sabe muy bien también que a veces lo desconocido puede irrumpir, y con violencia. Hay muchas historias de dolor contenidas en estas páginas: historias de ausencias, de exilios forzados, de extinciones y otras catástrofes en ciernes. Pero su prosa caleidoscópica y sutil, a la vez honda y transparente, nos contiene y acompaña en el viaje, nos enseña a abrirnos a ese lugar misterioso donde la pérdida se trastoca en abundancia, donde la tristeza se transustancia en una emoción intensa, sin signo y quizás sin nombre, quizás hasta en placer.
En todos los casos —al menos esto es seguro— este arte tiene que ver con una pérdida del control, con algo del orden de la entrega. Solnit dice que estos son algunos de sus mapas, pero para nosotros, lectores, son un nuevo territorio por explorar, toda una nueva terra incognita en la que internarnos y tal vez, con suerte, perdernos por un rato.
Rebecca Solnit, Una guía sobre el arte de perderse, traducción de Clara Ministral, Fiordo, 2020, 192 págs.
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