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Un juego a salvo de la muerte. Sobre Fútbol prohibido, de Francis Alÿs

DISCUSIÓN

Si el fútbol es tan popular, decía hace años un director técnico florido, es porque tiene reglas muy bien elaboradas y claras y todos los chicos (y desde hace tiempo chicas) del mundo pueden jugarlo en el patio de una casa, el del colegio, en un baldío o una playa, con cualquier cosa que pueda hacer de pelota; como la escritura, el fútbol se aprende por imitación. Para marcar la cancha bastan dos bolsos o pilas de piedras para cada arco y un somero acuerdo sobre las líneas de banda que sólo causa alguna discusión fugaz. Ese fútbol parece la esencia de la teoría de Huizinga (Homo ludens): “el juego es una acción que se desarrolla dentro de ciertos límites de lugar, de tiempo y de voluntad, siguiendo ciertas reglas libremente consentidas, y por fuera de lo que podría considerarse como de una utilidad o necesidad inmediata […]”. Líneas más adelante hay una precisión: “Cierto que el deporte moderno es más bien una expresión autónoma del instinto agonal que un factor profundo de sentido social […] Y a pesar de su importancia a ojos de participantes y espectadores, hay que admitir que se ha transformado en fiesta y espectáculo en donde el viejo espíritu lúdico quedó relegado […]”.

No siempre, si uno piensa que en cientos de miles de partiditos lo imprescindible es una imaginación que acrecienta las ganas y el gusto de jugar, incluidas, en lugar no secundario, la imaginación de la jugada de clase en un estadio, la saciedad pasajera del triunfo y la jactanciosa emulación del ídolo; pero no todos los que disfrutan del fútbol se sienten cracks, y el fútbol es un deporte de equipo, donde el no tan hábil puede aprender a encontrarse un puesto donde rinda. He jugado con una chapita de Cola Cola, con un bollo de papel apretado en una media de mi madre, con pelotas de goma (compradas con colecta) muy difíciles de controlar y hasta con imposibles pelotitas de frontón. Al fin aparecía la pelota de cuero (un regalo de cumpleaños o fruto de una rifa), y la cosa se ponía mejor. Hoy ya es bastante accesible, pero en épocas de necesidad vuelve a jugarse con lo que haya a mano, y no por eso merman el placer, el entusiasmo y la fundamental ­búsqueda de elegancia. En Children´s Games #19: Haram Football (Juegos de niños #19: Fútbol prohibido, video en color, 9’11’’), de Francis Alÿs, se ve un partido de esos. Con Fútbol prohibido el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de Ciudad de México abrió su Sala 10, que se suma a las otras nueve pero está reservada a obras de arte “desmaterializadas” que se van a difundir por la web en varios formatos digitales. La apertura fue el 23 de abril pasado, en plena era de la comunicación virtual expandida a causa de la pandemia del Covid-19. Entre otras cosas, el video es una celebración de la comunicación física.

Una calle de Mosul, Iraq: un baldío, uno que otro edificio de tres pisos entero, una torre de minarete solitaria, escombros de una mezquita, un baldío. En las veredas, yuyales, charcos, un amasijo de camiones aplastados, en otra cuadra la tibia luz de un almacén; en la calzada, cascotes, pedregullo, y estacionados más lejos, dos coches bastante nuevos. Basura no hay. Voces y ruidos pueblan el fondo del aire. Un hombre remueve unas matas con un palo. Otro cruza la calle y un perro titubea. Nada especial que uno no se figure en un barrio del Tercer Mundo donde hubo una guerra. Menos común es que los chicos que de pronto aparecen por un lado troten en dos filas, como entrando a una cancha, y se saluden con la familiaridad de dos equipos que se conocen. Hecho lo cual se ponen a barrer con los pies las piedritas de la calzada, dejan pasar un carro de combate con la bandera de Iraq y señalan dos arcos con piedras apiladas. Se atan bien las zapatillas. Son unos siete por bando, de entre doce y quince años. Visten ropa práctica, ordinaria: bermudas, shorts deportivos, remeras viejas, algunas camisetas de estrellas europeas con el escudo del club recortado; distinguen a sus compañeros por las caras. Juegan con suficiencia: desmarques, órdenes de mediocampista, un salto para evitar al marcador que se tira a los pies, pases cortos y largos; un tiro libre por encima de la barrera que deja pagando al arquero: gol, gool; aplausos, palmadas, brazos al cielo. Un pase largo al vacío, un gurrumín lo recibe, enfrenta a un contrario, amaga para la derecha, sale para la izquierda y fusila al otro arquero: gol. Un saque largo de ese mismo arquero hasta la otra área, saltan cuatro, uno cabecea: gol. Otro pase largo, uno de los arqueros achica y se quedó con la pelota. Pero si el tiro es gol, lo ataja el arquero o se va afuera lo decide la rapidez de los gestos o un pensamiento sincrónico. Este fútbol es un juego regulado por un código de comunicación zumbón y amistoso.

Porque no hay pelota.

Ni bollo ni botella de plástico ni nada. Sólo una ficción de un realismo tan acabado (¡hasta van a buscar la “pelota” cuando se cae a un bache!) que da existencia material al objeto, se estampa en el polvo que levantan los pases y en el video de Francis Alÿs, a la vez documento y performance, reanima lo que el fútbol extravió en el negocio y la neurosis del dominio quiso borrar del mundo. En uno de los muchos sitios web de consulta sobre aspectos y moral del islamismo leo: “Un musulmán moderno debe reservar cierto tiempo del día o la semana para mantener la salud. El gimnasio corriente debe evitarse porque conlleva mezcla de sexos, ropa reveladora y música ruidosa. Si no tienes posibilidad práctica de correr al aire libre, piensa en comprar unas poleas o unas pesas para la casa. Los deportes organizados como el básquet o el fútbol son una buena opción para algunos, pero no hay que consentirse perder demasiado tiempo”. El musulmán puede mirar espectáculos deportivos, opina la mayoría de los creyentes medidos, siempre que no se apueste, se insulte o se salte alguna de las cinco oraciones diarias. En cambio para el islamismo neurótico, el fútbol del espectáculo es haram (prohibido), cosa de infieles: provoca deseos sexuales en mujeres y gays, sostiene a corporaciones capitalistas ligadas a la masonería e incita al hombre a descuidar la plegaria, acostarse a deshora, incumplir en el trabajo, gastar dinero en televisores caros que además muestran canales cristianos y ahora pasan campeonatos de mujeres, y en las tribunas, a mezclarse hombres con mujeres que además ríen, gritan y muestran demasiada piel. Limpio de estas infamias hay un fútbol circunscrito a las normas de la sharia, la ley religiosa, como los alimentos halal, y advierte contra la pereza que causa la tele.

Pero el Estado Islámico (ISIS) tiene un concepto férreo de la advertencia. En enero de 2015, cuando había ocupado Mosul, uno de sus pelotones fusiló en público a trece adolescentes por mirar un partido entre Iraq y Jordania.

Pasaron más de dos años. En agosto de 2017, en la última fase de la operación Fatah (reconquista), el ejército iraquí ya había liberado del Estado Islámico el banco oriental del río Tigris en Mosul. En la margen occidental Francys Alÿs, que había estado trabajando cerca de la ciudad “incrustado” en los cuerpos kurdos que combatían a las milicias islámicas, se propuso, como parte de una serie de obras sobre juegos de niños del mundo, sobre todo en zonas de conflicto violento (entre ellas el film Reel-Unreel, donde un chico corre por la calles de Kabul haciendo girar una rueda y desenrollando una película que otro chico enrolla a la misma velocidad), uno que había conocido por un rumor: los partidos de fútbol sin pelota que unos adolescentes jugaban en la calle. Años atrás había registrado a unos chicos mexicanos usando una botella de plástico. Cuando fue a ver a estos se encontró con un acto de imaginación y fiesta, como un resarcimiento de la bárbara, grave seriedad del Estado Islámico. Los chicos se prestaron encantados a re-actuarlo ante la cámara. El video dura diez minutos. Alÿs lo realizó en dos rodajes de media hora, porque el segundo día, tal cual está registrado, en pleno partido se oyeron tiros nada lejanos y los equipos se dispersaron a la carrera. Fin del juego, pero el video termina con la presentación de algunos de los jugadores, que dicen quién es su jugador favorito y de qué equipo, unos ufanos, otros tímidos en la posición que el camarógrafo les indica, y es inevitable pensar que en representación de los que unos tipos fusilaron por mirar un partido. Pero no es por esta coda que alía la presencia y la ausencia de la materia, sino por la tenacidad del sueño de esos chicos, por la gracia con que muestra cuán emparentados están ficciones, juegos y anhelo de realidad —y fútbol y sueño— que Fútbol prohibido es conmovedor.

Si en los catálogos entra como conceptual, aceptémoslo, Alÿs excede el término: es un compendio proteico de artista de diversas artes visuales (incluidas las clásicas), coleccionista de lo incomerciable, flanêur global de atención minuciosa, promotor de empresas políticas unipersonales y colectivas, detector de impertinencias y reflejo patafísico del paisaje, la mitología, las condiciones materiales y el presente histórico donde se encuentre, que lo incluye a él; porque como su especie de sosia Werner Herzog, Alÿs va. De la ambulación hace un teatro de la inversión productiva, la repetición tantálica o el absurdo de las fronteras. En el film Paradojas de la praxis I (A veces hacer algo no lleva a nada) recorrió Ciudad de México horas y horas empujando un tamaño bloque de hielo hasta que se derrite. En The Leak (1995) salió de una galería de San Pablo, dio una gran vuelta por la ciudad y volvió dejando una estela azul de la pintura que goteaba de una lata abierta. En 2004 repitió el gesto, pero esta vez, caminando a lo largo de la frontera del armisticio de Jerusalén, la Línea Verde del título de la acción, mientras dejaba un rastro sinuoso de veinticuatro kilómetros con cincuenta y ocho litros de pintura —verde— vertidos de tarros perforados. Para Cuando la fe mueve montañas (2002), en el barrio de Ventanilla, en las afueras de Lima, reunió 500 voluntarios para que, y de un extremo a otro de un médano, movieran cada uno una palada de arena por paso hasta que todos juntos lograron mover unos centímetros el médano entero. A raíz de este “enorme esfuerzo para un mínimo resultado”, Jean Fisher dijo que “la radicalidad del acontecimiento artístico expone el vacío de significado que hay en el centro de una situación social, y que precisamente es su verdad”. Lo cierto es que, como si se hubiera dejado guiar por su paso de flaco altísimo, Alÿs fue vinculando cada vez más su obra con las aflicciones, los conflictos, las privaciones del mundo y la vida completa de ciudades y pueblo, e inclinándola a la contravención feliz de las imposibilidades decretadas y el mandato de la utilidad productiva; como cuando alegorizó un puente a través del estrecho de Gibraltar con dos hileras de niños entrando en el mar, una desde Marruecos, otra desde España, llevando botes hechos con zapatillas. Si un puente formado por barcos de carga habría sido costoso de implementar, el proyecto Gibraltar se volvió un cuento, una fantasía en la cual los zapatos se vuelven veleros y los niños gigantes. Así Alÿs busca o produce hechos que quizá obren fugaces conmociones de la conciencia; que sumen un mínimo impulso a la transformación de una vida en una forma de existencia, pasos en el desarrollo de una razón imaginativa.

Fútbol prohibido, la unidad 19 de los Juegos de niños, es un juego en sí y una glosa de cómo, frente a la ambición de muerte desatada, el arte del juego hace de una pasión común una eternidad entre paréntesis, un desquite, más que un consuelo (y tal vez anticipe que habrá un futuro con libido futbolística también para las musulmanas). Confirma que los medios del arte pueden asociarse pero no sustituirse: hay imágenes (ambientes, gestos, siluetas) que son irremplazables. Seguramente por eso la experiencia de esta obra desborda el tiempo de verla. Lo que trasunta no se va a extinguir aunque, si cambia de veras, el mundo cambie después de la pandemia.

 

Imagen: fotograma de Children´s Games #19: Haram Football, de Francis Alÿs.

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