Belcebú en llamas es una novela corta de Carlos Gardini que en 2007 ganó el premio internacional UPC de ciencia ficción y que el año pasado reeditó la siempre interesante editorial marplatense Letra Sudaca.
La trama se sitúa en el mismo universo de Tríptico de Trinidad (Bibliópolis, 2010): un futuro en el que la humanidad ha conquistado la galaxia pero en el que las definiciones religiosas, lejos de atenuarse, se han transformado en el principal estructurante de las relaciones sociales. Allí, la Iglesia Trinitaria, mutación pervertida del cristianismo, es una de las corporaciones más poderosas.
Belcebú es un planeta donde se ha llevado adelante un monstruoso experimento de ingeniería social y genética, un intento de atajo con el que la Iglesia trató de jugar un papel activo en la evolución humana e “imitar el experimento divino en menor escala”. “Soñábamos con un mundo que nos confirmara la bondad de nuestra causa, nuestro derecho a dirigir la evolución moral de la humanidad, a acelerar la síntesis”, le explica el obispo trinitario Santiago, que rige los destinos del planeta, al hermano Quinto, un monje lúcido y letal como todos los miembros de la Hermandad Silente, clan de mercenarios ascéticos (mezcla de Jedi y Bene Gesserit) dispuestos a vender sus honorables artes homicidas al mejor postor. La Hermandad Silente es un factor de equilibrio en el universo.
Que convoquen a Quinto, el mejor de los suyos, habla de que hay algo podrido en Belcebú. Su misión, relatada siempre en primera persona, será remontar hasta las fuentes el río Agua Viva para encontrar a la Tríada, triple “madre de las aberraciones” del planeta. “Sedúzcala, tortúrela, haga lo que quiera, pero averigüe por qué es como es”: esa es la consigna.
Así comienza el periplo del hermano Quinto en la nave Agnus Dei, Agua Viva arriba, con paradas en Ramajal y Espejería, muestrarios de las heréticas interpretaciones del cristianismo que la Iglesia ha impulsado o dejado multiplicarse en el planeta condenado. Santiago advierte al mercenario que en su viaje se encontrará con “debates sobre la humanidad o la divinidad de Cristo, formas de arrianismo y catarismo, herejías aún más aberrantes”. Mucho más aberrantes serán, por cierto. Pero nada comparado con lo que hallará en la Cabeza del Curdur. El viaje alucinatorio río arriba de Quinto encuentra puntos de contacto con El corazón de las tinieblas en la asintótica aproximación al horror que debe atravesarse antes de acceder al núcleo de las perversiones.
La prosa exquisita llega a ser casi la gran protagonista de la novela. No sólo por el hallazgo, que primero sorprende y luego se agradece, de incorporar argentinismos a esa lengua del futuro (una isla de primitivos se llamará Malevaje, el salto espacial a través de la galaxia se menciona siempre como “los cortes y quebradas del Gran Tango”), sino sobre todo por la fluidez y la elegancia. La argamasa de la coherencia y la verosimilitud de este universo que nos presenta Gardini se encuentra allí. Su dominio verbal logra que los neologismos se cubran de una pátina milenaria, que la jerga institucional religiosa aparezca con la naturalidad de lo repetido infinitamente.
Una gran novela de Gardini, que desarma la discusión acerca de si esto es fantasía o ciencia ficción, en la que exhibe un lenguaje personal cada vez más consolidado y efectivo.
Carlos Gardini, Belcebú en llamas, Letra Sudaca, 2016, 160 págs.
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