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Con prólogo, selección y entrevista de Marcelo D. Díaz, Cómo se inventa una orfandad nos brinda un espectro sustancial de la obra de Ariel Williams. Gracias a un recorrido cronológico, accedemos a la evolución del prisma de una voz que, manteniendo una línea clara y constante en su tono, de publicación en publicación ha ido rotando para mostrar variados rostros y focos, cuando no una aparente desaparición del yo (disuelto en una enunciación mínima o, directamente, evaporándose o impregnándose en el entorno) o una presencia especular del mismo.
En Viaje al anverso (1997) y Lomasombra (2003), lo que el verso detecta es una coloratura sepia entre los seres y las cosas. El ambiente comienza a irradiar una sustancia que tiñe, y al hacerlo, despierta la belleza cimarrona de recovecos que, sin abandonar su tristeza, se muestran serenos y genuinos. En ese gesto puede rastrearse un diálogo con las insistencias de Haroldo Conti: eterno deambular por arrabales sin requerir de la periferia física para instalarlos entre nosotros. Una luz modesta, pero nueva, permite que emerja lo urbanamente desatendido, "lleno de la bosta flamígera de las margaritas".
Esta tendencia se consolida en Conurbano sur (2005) y en Los fronterantes (2008), sólo que con una ramificación sonora y semiótica en la que el sentido que prima es el del oído. El yo es desplazado para dar lugar a voces que asumen las urgencias de la comunidad. No hay reproducción ni salvataje de idiolectos, lo que prima es la promulgación de fuerzas verbales como golpes de sombra en la noche de la lengua ("Una yuvia era mucho / sere cayendo"). Así, la belleza cimarrona se convierte en la posibilidad de expresión de lo negado por las gramáticas: "Era éste, el decúbito de la pensadera, / la historia secreta de los orines / dentrol decir".
A su vez, y como tiene lugar en Los fronterantes, la chance de tejer la historia personal con hilos ajenos —obteniendo un mixto de propio/impropio— borra los límites del adentro y el afuera: "Prudie no habla Lalengua. / Viene de donde no hubo sentido, más allá de donde termina / Lalengua. / Prudie no tiene el sentido) Elsentido. / Trae la caballada bermeja / con una sola piel) Toda. Ésa es ella, su interior. / Y ahora la trajo el carro, extendida, / siempre, una sola noche / trabajada por el viento de las garrapatas / en el terreno largo, plano) Laluna".
A partir de Discurso del contador de gusanos (2011) y hasta Los niños de la noche (2021), pasando por Notas de una sombra (2014) y La risa huérfana (2016), la tensión verbal cede y la frase fluye hacia una corriente narrativa donde la vivencia cobra principalía a través del decantar de los sucesos. Un deambular beckettiano permite recoger la extrañeza de una cotidianidad inerte. La voz sólo admite lo extravagante, y su carácter estrafalario proviene del mero hecho de existir, de haberse abierto paso en el matorral de lo común. Pero esa trocha no implica un desprendimiento individual, sino un camino por el que otros tendrán acceso: "Ahí siguen / esas caras pálidas. Reverberan de tranquilidad. / Con las manos envolviendo los vasos. Si sueltan / el vaso se caen. Los sostiene hasta que haya pasado / la tarde. / El vaso los sostiene en la mesa". De este modo, la puntuación y la pausa versal se transforman en los machetes con los que el poema irá destajando la producción seriada de la lengua.
En pocas palabras, la poética de Ariel Williams se nos presenta como una floral arbitrariedad que, al atacar lo consensuado, deviene comunitaria por reparar en las maceraciones del día a día y empapar el ritmo de la prosa con las palpitaciones del poema. "Este yo nosotrea. Este cuerpo nosotrea", se nos dice en Las notas de una sombra y pareciera que en esa locución cupiéramos todos —poeta, poema, lector— en una cadena sin eslabones.
Ariel Williams, Cómo se inventa una orfandad, selección, prólogo y entrevista de Marcelo D. Díaz, Miño y Dávila, 2024, 192 págs.
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