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Estaba latente la sospecha de que Indio Solari podía escribir, cuando quisiera, un gran libro. Ahora que Escenas del delito americano existe, la sospecha pierde relevancia. Durante años, el interés en su obra poética estuvo enfocado en el significado de las canciones, en tratar de descubrir claves de interpretación. En ese esfuerzo (del que se ríe con inteligencia Ariel Magnus en La cuadratura de la redondez) se perdió un tiempo valioso para estudiar lo que verdaderamente importaba: los mecanismos. Porque en la obra de Indio no interesa tanto qué hay una vez que quitamos las capas y capas de sentido; lo que vale la pena es el engranaje que sostiene esas capas. Conviene tratar de identificar qué voz elige para cada escena que quiere contar y cómo pasa de una a otra. Cuándo acude a un léxico erudito y cuándo a esa jerga que es su huella imperecedera. El uso de paréntesis y signos de admiración para subrayar el dramatismo. Indio conoce las posibilidades del lenguaje. Y sin embargo, como en sus canciones, en el libro pueden rastrearse áreas temáticas que al autor le interesan para reflexionar sobre el mundo que lo rodea: la incomunicación que surge del exceso de información, la vida en sociedad como réplica en (o de) una pantalla, las relaciones de poder en todas sus formas.
En Escenas del delito americano se asiste a una puesta en circulación desarrollada y material de esa maraña que conforma lo que podría llamarse el proyecto estético de Indio Solari. Se cuenta una historia a la que se puede acceder desde diferentes ángulos: hay lavados de cerebro, teatralización de la vida, organismos que vigilan el comportamiento de las personas (“Son gente de una prestigiosa Agencia y juegan como niños con los datos que recogen”). Hay ciertos niveles de resistencia. Hay un mundo hundiéndose en su mugre. Y hay también citas a la propia obra del autor y referencias a su historial de lecturas (Durrell, Huxley, Oesterheld).
Cuando el libro parece acercarse con cierto peligro a una colección de imágenes de la destrucción de una (cualquier) mente humana, Solari tiene la lucidez de tomar la decisión correcta en el momento necesario: da un salto narrativo y dota a la atmósfera opresiva de la suficiente acción como para que el interés no se pierda. Las ilustraciones de Serafín hacen sentido casi sin que uno se dé cuenta. Es imposible leer el texto y observar las imágenes como si fueran cosas distintas, o incluso complementarias. La lectura las convierte en parte del mismo entramado.
Una vez llegado el final del libro, uno necesita, tal vez, volver a leer ciertos pasajes. Falta un poco el aire porque, sí, Escenas del delito americano es un objeto asfixiante y sobrecogedor; y se tiene la sensación de haber asistido a un desfile de los peligros que acechan la vida moderna, pero tamizados por el pulso necesario de la ficción.
Indio Solari, Escenas del delito americano, ilustraciones de Serafín, Sudamericana, 2017, 160 págs.
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