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Dice Elias Canetti en su Auto de fe que "nadie es más solitario que aquel que nunca ha recibido una carta". Mario Bellatin parece empeñado en combatir ese abandono. Algunos de sus últimos libros son intrincadas operaciones literarias que buscan abolir la soledad del lector mediante la remesa de una carta. Bellatin nos ofrece compañía, aunque su vocación y sus temas narrativos no hagan otra cosa que confirmar nuestro aislamiento.
El mecanismo que operaba para El libro uruguayo de los muertos se repite ahora en la recién aparecida Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. El destinatario enigmático de la primera misiva adquiere nombre en la segunda: Isaías, un ser incomunicado con el mundo no sólo por las limitaciones de su sordoceguera, sino por la reclusión a la que se ve obligado en la Colonia de Alineados Etchapare. Isaías no está solo, lo acompañan la voz y los cuidados de su hermana, también ciega. Una suerte de Scheherezade que se vale de una máquina para traducir en braille aquello que los rodea.
La novela es la carta que esa hermana escribe para nosotros. A veces, abocada a construir un mundo que pueda ser habitado por Isaías. Otras, dispuesta a convertirse en el propio Bellatin y disponer delante de nosotros las obsesiones a las que el escritor mexicano nos tiene acostumbrados. Personajes excéntricos que, amparados por su condición de enfermos mentales, funcionan como disparadores para la fabulación continua. Una mujer con nombre masculino que propina masajes. Una jauría de perros que amenaza con devorar a los reclusos de la Colonia. Un profeta que ha ordenado el aniquilamiento de los canes del reino. Un maestro de escritura que introduce a los alumnos en el arte de la fotografía invidente. Un barco a la deriva que convierte a los hermanos en amantes.
No es casual que Carta sobre los ciegos para uso de los que ven tome su título de uno de los textos más emblemáticos de Diderot. En la obra original, un filósofo negado también a la vista y el oído se enfrenta al mundo valiéndose únicamente de sus manos. La limitación lo orilla a sospechar de la razón y del orden fundado en las imágenes. Algo muy cercano al dogma del propio Bellatin. Todo está rodeado por la sospecha y por el cuestionamiento. La carta es una convocatoria a desconfiar: del lenguaje, del tiempo, de los supuestos narrativos, del género (textual y sexual); pero también de la figura del autor. Bellatin asoma por la esquina del cuadro y redunda en su proyecto insalvable: la escritura como mecanismo último de supervivencia. "El libro es una carta escrita hacia el hermano pero es en realidad una carta hacia el lector", confiesa Bellatin ofreciendo su inquieta compañía. El hermano eres tú.
Mario Bellatin, Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, Alfaguara, 2017, 96 págs.
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