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Ulises Conti editó lo que podría ser el primer tomo de una serie de anales para una Obra que es una estrella de puntas ilógicas: música con un piano invisible, docencia en alemán sin saber alemán, decorados sonoros, historia de la armonía, crítica de la técnica, genealogías de las ciudades a la David Harvey o pesquisas tímbricas. Además, acompañó esta empresa con textos e invocaciones de seres afines y cómplices de artimañas. Elegimos dos. Por un lado, el cuento de Lugones “La metamúsica”, que también inspiró el nombre de su sello discográfico. En él se plantea una cuestión señera: la capacidad de los sonidos para volverse cosas, afectados por la espectrología y la ciencia. Conti se parece a Lugones en la idea de que la belleza no es natural, sino más bien una puja. Por otro lado, un texto de Alan Pauls que afirma algo encomiable para hablar de los conciertos para una sola persona que Conti organizó para presentar su disco Posters privados: “No hay arte en el uno a uno. No puede haberlo, porque el arte, por singular que sea, por radical, por desafiante, siempre anhela lo común y no puede no tratar de inventar eso que anhela”. Es que Conti es todo lo contrario a la performance, compone escalas musicales grandiosas para una pequeña población que pueda sentirlas de veras, espectadores que tengan paciencia y oigan una sensación de bajo continuo donde lo que está ante ellos es manejable y escurridizo a la vez. Ese pasaje diáfano entre las cosas y los sentimientos es una conmoción respaldada por lo que hace.
El libro es una fenomenología de la escucha que intenta descifrar la historia de nuestro acceso a la música. El origen de la música está en todas partes y cada nota tiene sus tensiones, su revés lleno de hilos que siempre se están tramando. ¿Por qué se llama La cinta transportadora? Porque la música, su apariencia industrial o artesanal, su génesis y su presente movilizan sensaciones que ciñen una paradoja: la música con arreglo a códigos ya no transporta. La música es ante todo vida, con todo lo contingente de esta condición. Si transporta como por una cinta infinita, también sufre los riesgos de todo sistema, el constante estado de resquebrajamiento. La música posibilita ánimos extraordinarios porque pedalea en el aire, no puede hacer otra cosa que volver a empezar. Nos dice Conti: “es como si el sonido nos proyectara fuera del tiempo”; de ahí su amor incondicional por lo que hace ruido, porque es magia, abisma, implica el amparo de sentir y razonar en un mismo instante de peligro. Que no haya tiempo es que no haya ley. Conti es temerario aunque trabaja los sonidos con inocencia, atestado de influencias pero con la candidez de un acuarelista.
No hay imagen más global para la música que los mariachis y nada más lejano a un mariachi que Ulises Conti. Sin embargo, un trío de estos presentó con sus cantos antológicos el libro que ahora reseñamos. Si estaban ahí no era para fortalecer perogrullos sobre lo romántico o la juerga, sino para reforzar las fricciones que Ulises Conti propone cada vez que se le ocurre algo.
Ulises Conti, La cinta transportadora. Proyectos personales y en colaboración (2003-2013), Mansalva, 2015, 234 págs.
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