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¿Lo que se narra en La interpretación de un libro es una historia de amor? Pareciera que sí. La secuencia narrativa de base así lo sugiere: un hombre conoce a una mujer, se van a vivir juntos, se separan. Fin de la novela. Sin embargo, la de Juan José Becerra no es una historia de amor entre dos personas sino una historia de amor demencial, enfermiza, por los libros. Y no hablamos de ese concepto abstracto, idílico y conmovedor que es el “amor por la literatura”, sino de una relación obsesiva y corrosiva con el libro como objeto.
Veamos. Mariano Mastandrea es un escritor de un solo libro que circula por la ciudad de Buenos Aires buscando encontrar a algún lector de ese libro. Las pilas de ejemplares que se llenan de polvo en las mesas de saldos son la imagen del terror, porque dejan en evidencia la relación desfasada de la literatura argentina entre oferta y demanda: miles de ejemplares, ningún lector. Mastandrea es, además, algo así como un ex escritor, un narrador prematuramente jubilado; parece haber dejado todo en ese primer libro, y ahora dedica sus horas a velarlo como a un muerto que nunca termina de morir. La pesquisa, sin embargo, un día toca el milagro, y Mastandrea encuentra a su lectora. Con coherencia, ella está a la altura de los delirios del novelista, y no sólo lee el libro de Mastandrea sino que se lo sabe de memoria, lo puede repetir línea por línea, lo ha incorporado a su cuerpo en una extraña inyección de bovarismo. Ella es la lectora perfecta pero también es la lectora psicótica, porque no reconoce límites entre la ficción y la realidad. Lo genial es que, con una trama que podría haber empujado a Becerra al tantas veces fatigado juego de teorizar sobre la literatura dentro de la literatura, La interpretación de un libro es más bien un relato sobre el libro como objeto fetiche, como pura materialidad del deseo. Él está obsesionado con los ejemplares de Una eternidad que languidecen en las librerías de la ciudad; ella, con el acto de la lectura como algo maquínico, despojado de sentido, como el proceso puro e impoluto de absorber palabra por palabra. Por eso, cuando él se lleva a su lectora fanática a vivir a su casa (en una especie de Misery al revés), ella erige en las paredes del departamento un culto pictórico hecho de cuadros de gente leyendo e incluso simulando que leen. Personas en pose de lectura: no importa tanto lo que leen, sino la disposición física frente al objeto libro.
La historia de amor era, finalmente, imposible, porque “el novelista” y “la lectora” viven en mundos que jamás se tocan. Novelista y lectora viven inmersos en su propia idealización. Los dos son, a su modo, soñadores, pero sus sueños se encuentran sólo en un lapso muy breve. Por lo demás, el modo en que Juan José Becerra recicla párrafos enteros de su novela Miles de años y los hace pasar por la única novela de Mastandrea quedará para otro momento.
Juan José Becerra, La interpretación de un libro, Candaya, 2012, 128 págs.
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