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Toda familia se edifica bajo la fuerza de los afectos y son estos los que sostienen la vida en común de las voces presentes en La ola de frío polar. Una madre, un hijo, un padre ocasional y una casa en movimiento: “porque acá estamos / arrastrados a toda velocidad / llenos de vértigo / en la transformación más grande y destructora / de todo el universo / él es la garantía plena de que alguna vez estuve / poderosamente viva”. Construir una comunidad no es tarea sencilla: presupone imaginar un orden más allá de las sujeciones personales.
El carácter distópico de La ola de frío polar quizá dialogue con la necesidad de sobrevivir en un medio donde las ciudades sufren terremotos, los vínculos se disuelven, los rostros de nuestros afectos se modifican y se vuelven irreconocibles, y en el que un accidente puede alterar por completo el mundo tal como lo conocemos. Escribir, por ejemplo, desde la falla de San Francisco (“como sea, San Francisco parece una ciudad alegre, al punto / de deshacerse / un edificio que baile mientras lo demás / —todo lo que justifica— a su alrededor / se destruya para siempre”), o sobre una maniobra peligrosa en una ruta en que el tiempo parece congelado (“dijo esa frase de ‘toda mi vida pasó frente a mis ojos’, hasta ese / punto / era profundamente tonto / pero la verdad es que no hay nada, lo importante / es que la posibilidad tiene su efecto dramático”), implica preguntarse qué es lo que resta cuando da la impresión de que la experiencia ha llegado a su límite.
Armar una familia es una tarea análoga a levantar un campamento en medio de un páramo: “no sé qué estoy diciendo / invento números / y probabilidades de bajar / en la próxima curva / o inventar una cosa que no sea / un matrimonio / algo más libre / más fuerte de verdad / con un poco de gloria y compañía”. Así como las ciudades desaparecen sometidas a las contingencias de la naturaleza, las relaciones con los otros tienen su lado catastrófico, su efecto de pérdida y de daño. Sentirse vivo supone darse cuenta de la falta propia y de la fragilidad con la que las cosas apenas se sostienen a nuestro alrededor. ¿Y qué mejor modo de acompañar, o resignificar, la falta y la pérdida que hacerlo desde el amor? Hay versos en el libro de Marina Yuszczuk que se podrían repetir como un mantra: “el poema perfecto de amor dice te amo te amo te amo / es lo que hicimos ayer en mi cama / durante varias horas / después cuando te fuiste / sentí que me arrancaban la piel, pero no importa / puedo convivir con los dolores suaves que son un subproducto / de conocerte y de haberte elegido”. Tal vez haya que extinguirse para encontrar la armonía con uno mismo y con los demás en este refugio improvisado, fuera de toda planificación, que es la vida familiar, aquí y ahora.
Marina Yuszczuk, La ola de frío polar, Gog y Magog, 2015, 90 págs.
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“Después de eso, podría entregarme a mi dolor”. Lo que gira alrededor de esta frase es ni más ni menos que la organización de los libros que...
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