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El fantasma del padre campea en Polígono Buenos Aires como una maldición o acaso una condena. La trama se inicia con su muerte, con el cadáver del padre exhalando un último vestigio de aire mientras baja en ascensor junto con sus dos hijos. Una voz, que ya no es voz sino un resto de lo que fue, y unos hijos que quieren y no quieren hacerse cargo de su herencia amasada en los negocios turbios y la política.
Esa voz, que luego es un “holograma” o una visión hierática que se manifiesta como espejismo entre tragos de “pizza, birra y faso”, se diluye en las páginas intermedias en una historia de amor trunco y sadomasoquismo, para volver en un final apresurado que no llega a zanjar las miríadas de historias desplegadas a lo largo de la trama. Construida en capítulos breves orquestados en ocho partes, Polígono Buenos Aires es quizá la novela más madura de Marcos Herrera: por fin su producción encuentra un personaje narrador suficientemente infame que esté a la altura de su apuesta. “Soy Diógenes de Sínope o sea El Hombre Araña”: Claudio o “Mondo” –el nombre con que lo conocen sus clientes– es un dealer excéntrico, un punk que lee a Nietzsche y practica el cinismo con astuta frialdad: “¿Ser nietzscheano es pensar con nerviosismo pesimista y actuar sin esperanzas pero de una manera valiente? ¿Tiene el pensamiento nietzscheano un lado práctico y brutal que puede ser útil en el mundo de los negocios o para levantar el imperio nazi?” .
Se equivoca Eloy Fernández Porta al decir en Afterpop (2007) que “el buen consumidor de drogas es el superhombre de la sociedad de consumo”. Los superhombres nietzscheanos del capitalismo son aquellos sujetos que estallan los mismos patrones sobre los que se construye el poder del dinero, a partir del despliegue de una erótica del mal que seduce e invita permanentemente al consumo y a la infracción con la promesa de un “afuera”: el ladrón y el dealer erigen su poder en la adictiva promesa de un afuera de la conciencia, un afuera de la legalidad, un afuera del orden institucional, un afuera del Estado.
La escritura de Herrera echa mano de todas las figuras del lenguaje para pavonearse en la abyección de la incivilidad y el horror: en esa extraña mixtura entre el adentro y el afuera de la cultura, en esa crispación, en ese mercadeo es donde la figura del dealer se levanta. Enchastrado de referencias literarias (Henry Miller, Plop, la “casa Usher”, etc.), el narrador de la historia desovilla su ego y su venganza repartiendo pequeñas dosis de muerte. Polígono Buenos Aires es una novela que se pretende thriller y se pierde en las reverberaciones poéticas del lenguaje. Es un policial que defrauda con inyecciones de fantástico, un poema intenso que traiciona antes de empalagar.
Marcos Herrera, Polígono Buenos Aires, Edhasa, 2013, 286 págs.
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