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Alejandro Marzioni (Buenos Aires, 1980) se sumergió durante cinco años en una investigación abrumadora para cancelar una deuda que historiadores y críticos literarios mantenían desde hace tiempo: rescatar los increíbles escritos de los viajeros que en el sigo XIX recorrieron el territorio de la Argentina.
Se trata de alrededor de ochenta libros. Algunos, los menos, famosos (Darwin, Hudson, Francisco Moreno), pero la mayoría olvidados, incluso otros que ni siquiera fueron traducidos alguna vez al castellano. Marzioni los rescata del polvo, les extrae la esencia y los pone a narrar la historia argentina del siglo XIX no de arriba hacia abajo, como nos han acostumbrado desde siempre (los próceres, cuando aparecen, lo hacen despojados de los monumentos y calles que los han engalanado; por ejemplo, sabemos que Bernardino Rivadavia “medía un metro y medio, de altura y de circunferencia”), sino de abajo hacia arriba, siguiendo de cerca un trémolo de viajeros que sobreviven en una tierra traumatizada por los combates contra las potencias más grandes de aquel entonces, las guerras civiles y flujos de anarquía por donde se mire. A fin de cuentas, ¿cuánta sangre se pierde durante el parto de un país?
A bordo de una máquina del tiempo que se mueve desde las invasiones inglesas hasta la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, conocemos al inglés que observa la batalla de San Lorenzo desde el techo del famoso convento; al simpático gringo Love enamorado de todas las porteñas; al fotógrafo francés arrogante que saca fotos a indios desconfiados; al neoyorquino de catorce años que, impulsado por una rabieta contra sus padres, se toma el primer barco que encuentra y meses después termina aterrado frente a las milicias de Güemes; al científico alemán que persigue insectos luminosos en las noches de la selva misionera. Y hay más, tantos más: aventureros, prestamistas, diplomáticos, artistas, comerciantes, mercenarios, ingenieros, espías. Se vieron envueltos en riñas con gauchos, vivieron en tribus y escucharon parlamentos de caciques, navegaron por ríos desbordados, cerraron los ojos ante el resplandor de glaciares, enloquecieron por las nubes de mosquitos que traía el viento norte, comieron carne de puma, cruzaron los Andes o desiertos de pastizales, lucharon espalda con espalda con caudillos, pasaron años encerrados en mazmorras, lograron fortunas siderales o las perdieron. Todo eso que interpeló al ojo viajero y que lo llevó a mojar la pluma un poco en el tintero del Romanticismo y otro poco en el de la Ilustración, Marzioni sabe rastrearlo y trasplantarlo a su prosa vibrante y precisa.
Dentro del entramado de voces unificadas por la narrativa desfilan análisis sobre los escritos literarios de la época, las costumbres, los nuevos movimientos culturales que bajaban de Europa y su choque abrupto con una realidad lejana donde esas ideas no podían ponerse en práctica así nomás. Asimismo, siguiendo el sideral trabajo de investigación, se ofrece el contexto de la vida de cada viajero, dónde nació, cómo llegó, qué hizo después, de modo que por momentos todo el mundo parece enlazarse en el complejo siglo XIX que lo puso patas arriba con sus revoluciones económicas, políticas y sociales.
También hay espacio para nutrir las polémicas siempre abiertas cuando el autor toma partido en los debates históricos clásicos con retazos por momentos arrancados del mismo mundo binario que tanto critica por reduccionista, pero a la vez los textos de los viajeros amortiguan sus conclusiones y las de cualquiera que intente hacer lo mismo desde el presente. Es como si nos susurraran: no hagan juicios desde allá, acérquense y escuchen. Porque Tierra adentro no busca sólo exhibir el pasado de un modo deslumbrante, más bien nos embarca en una dimensión metafísica, diría que hasta mística, donde el lector ensambla su espíritu con el de aquellos que alguna vez estuvieron respirando acá, allá lejos y hace tiempo.
Alejandro Marzioni, Tierra adentro, Ediciones Continente, 2024, 688 págs.
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