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Transformar el dolor en aventura

Daniel Durand

LITERATURA ARGENTINA

“Para mí la historia de la poesía de la Generación del 90 comienza cuando conocí al poeta José Villa”. Con esta frase Daniel Durand da inicio a esta historia personal sobre la llamada “poesía de los 90”, de la que fue uno de los principales agitadores y exponentes. Se trata de un libro de cuidada edición, de la que se hicieron 300 ejemplares, numerados y firmados por el autor, y que cuenta con gran cantidad de material fotográfico, ilustraciones de Miguel Rep y el testimonio escrito del poeta entrerriano. Su título parece un manifiesto: Transformar el dolor en aventura, y según explica el propio autor fue tomado de la sección “Marquina” de su libro El Estado y él se amaron, de la que vale la pena citar los primeros versos para recordarnos el tono de la poesía de Durand y esa circunscripción tan propia de la escritura poética de aquellos años, en la que se expresaba el deseo de escribir con nuevas voces: “bueno aquí estoy en la cueva del Once, sin bardear y deprimido / descansando de un exceso, de un error y un tesoro, descansando de la / delicia del sufrir, fuera del animal enfurecido para escribir, no importa”.

La mención a José Villa es significativa, no sólo porque el lugar de ese poeta es central para ubicarse en el período que el libro va a describir, sino porque ese será el modo (casi el método) con el que Durand va a reconstruir esa historia: a través de nombres propios (de personas, de lugares, de ediciones). La delimitación de una época bien puede ser simplemente el trazado de los nombres que la actuaron y que de algún modo la volvieron visible. A la pregunta implícita sobre qué fue la poesía de los 90, Durand podría responder: Juan Desiderio, Darío Rojo, Ezequiel Alemian, Laura Wittner, Fabián Casas, Fernanda Laguna, Sebastián Bianchi, Washington Cucurto, los poetas mateístas de Bahía Blanca, Gabriela Bejerman, la Biblioteca Municipal Evaristo Carriego, Plaza de los Perros, Belleza y Felicidad, La Trompa de Falopo, revista 18 Whiskys, Ediciones Deldiego, Selecciones de Amadeo Mandarino, y así… entre muchos y muchas otros. Pero a pesar de la profusión de nombres, Durand no escribe un anecdotario: sus “memorias” suenan más bien objetivas, a veces al borde de lo impersonal; por momentos incluso, en el uso de ciertos giros que nos suenan anticuados por su formalidad, parecen casi una bufa, como si de algún modo el poeta pretendiera dejar en claro que, a pesar de contar su historia, el hecho de hacerlo le produce algo de risa. Tal vez la misma que, en su momento, lo llevó a hacer traducciones en las que no lo guiaban el significado y el sentido, sino la mera asociación fonética y lo puramente sonoro. Así, The Raven, de Edgar Allan Poe, terminaba siendo La rabia, y Douze petit écrits de Francis Ponge, Doce escritos petisos.

Sin embargo, y como se esperaría de unas “memorias”, hay algunas anécdotas sabrosas. La primera de todas, y tal vez una de las más cargadas de sentido, está al comienzo del libro. Durand describe una reunión de los “jóvenes poetas” con Juan Gelman, en el marco de un evento de bienvenida organizado en su regreso a la Argentina. Fue en el living de la casa del propio Durand, en la calle Mario Bravo 278, y el desencuentro fue enorme: “Juan Gelman pensaba que nosotros, los poetas jóvenes, estábamos pensando y articulando algún tipo de revolución y que íbamos a proponerle continuar con algún plan de lucha político, incluso, con alguna clase de lucha armada”. Ante el tenso clima de incomodidad y la distancia entre las preguntas y las intervenciones de Gelman, el editor José Luis Mangieri —también presente— trató de calmar las aguas e intervino con palabras mediadoras: “Juan, los chicos solamente quieren escribir poemas, son poetas y no les interesa otra cosa más que la poesía”. Por supuesto que en toda anécdota en que se expresa un conflicto hay necesariamente un reduccionismo, que pasa de largo a cuenta de lo gracioso de la escena. Uno no menor sería considerar que los llamados poetas de los 90 pretendían solamente escribir poesía. Al hacerlo, reivindicaron más bien nuevos modos de enunciación, de producción, de edición, de difusión, de circulación y de lectura de los textos poéticos. Fue su modo de horadar “la poesía” para hacer más laxos sus márgenes y sus temas: presentar una voz poética que no fuera una encumbrada escritura metafísica, a lo Juarroz, ni tampoco una subsidiaria de la seriedad y la reflexión atribuibles a la discusión política. Respecto del libro, quizás llame algo la atención el uso del término “Generación” para demarcar ese conjunto de escrituras (normalmente referidas bajo el rótulo de “poesía de los 90” más que en términos generacionales), pero tanto Patricio Sorsaburu —uno de los editores e ideólogo del proyecto— como el propio Durand dejan en claro en el texto la falta de intención de producir una obra con tintes académicos o historicistas.

 

Daniel Durand, Transformar el dolor en aventura. Una historia de la poesía de los 90, El Enamorado, 2024, 218 págs.

 

Imagen: Marcelo Pombo

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