Travesía

¿Cómo tener veinticinco años?, ¿cómo escribir poesía?, dos preguntas que son una. Nina Reches responde: principio de incertidumbre. El lugar de enunciación es el de la desesperación objetiva que da cuenta de la pérdida del sentido de una civilización. Hay que escribir (vivir) en ese borde en el que no se encuentran las palabras, atrapar el punto exacto donde se inicia la caída; a diez o veinte kilómetros de otra presencia humana, mudarse de ciudad, dejarse ir en la casi elegía de saber que alguna vez se fue parte de una unidad, bioma intermareal o niña que se duerme en su cama mientras un padre cuenta cuentos. No hay otra forma, si lo que se quiere es, en ese precipicio que invita al derrumbe (“la vida no es lo que dijeron que era”) mostrar, para que se vislumbre apenas, el hueso que escapa al lenguaje. Fuerza vital que hace a un sujeto, que permite que se conecte con otros cuerpos, sólo posible cuando se asiste al presente continuo.
No hay respuesta. “Pido el tiempo se detenga / el pez que sea pez / que el puma aparezca y las cosas // expresen su código invisible”, dice; pero no. Hay que instaurar el presente, buscar el pliegue en que el poema diga sin dejarse atrapar, encontrar lo preciso en lo mínimo y la certeza en la materia viva. Los versos entonces son como azotes de viento y arena en una playa desolada: cada uno corta por su final, cada uno golpea la superficie del lenguaje. Evita ciertas palabras, porque evita lo poético, atraviesa el día con palabras comunes. Interpela, siempre, porque en lugar de usar las frases para sostener las cosas, para dejarlas ir por el lado de la costumbre, las pone a temblar. Entonces no sólo la vida, sino el poema, al borde de su falta, es lo irremediable, un proceso que perdura, como si un puma se asomara por única y última vez en la franja radiante del horizonte.
Si, como dice en el primer poema, “Todas / las imágenes todos los sucesos / tienen la misma proporción de sentido y absurdo”, se podría pensar que el poema vacila en el mismo borde y que hay que ver para qué lado decanta en cada caso. O darse cuenta de que nunca se trató de otra cosa que de la interrogación. Esa vacilación entre sentido y absurdo es la vida, la poesía y la juventud; es también lo que pone en crisis lenguaje y representación; es lo que lleva al paroxismo la dificultad de decir, pero también el silencio. En ese borde se habla para “tirarle piedras a la nada”. Pero también porque “la vida es lo irremediable / un proceso espontáneo / la enredadera que vuelve / cada primavera”. Y entonces entre verso y reverso, o entre ida y vuelta, la poesía parece ser la única respuesta, la única pregunta.
Este primer libro de poemas de Nina Reches deja asomar también, como una esperanza, una posibilidad de lenguaje que, desde las palabras de todos los días, mezcladas con interferencias del discurso científico y un dejo apenas filosófico existencial, esboza la salida de poéticas ya establecidas en años recientes y da un salto que va más allá del amplio arco entre el realismo y lo confesional, para dejar ver una línea de lirismo. Esa línea, más extraña en su contexto, es una felicidad del lenguaje, de la poesía. Porque desde su misma incerteza, desánimo por momentos, esboza un caminito en el que el horizonte de máxima precisión y mínimo de palabras concentra una búsqueda, una ausencia de complacencia, en la que el poema es exigido para dar lo mejor de sí.
Nina Reches, Último intento de ver un puma, La Tarea de Escribir, 2025, 50 págs.
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