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Hay una escena en el film Un Chant d’Amour de Jean Cocteau y Jean Genet donde dos reclusos intercambian el humo de un cigarrillo a través de la pajita diminuta que se desliza por un agujero entre ambas celdas. La imagen, replicada de manera muy acertada en la portada de este libro, parece sintetizar su sentido último, el registro escrito de una economía relacional, el proyecto de un gran compendio de citas de los modos en que los seres humanos inventan formas de intercambio en momentos en que comunicarse se presenta como una tarea compleja, cuando es necesario torcer la censura externa, los límites de un entorno hostil, la ausencia de cualquier artefacto capaz de imprimir la marca de un grafismo sobre una superficie.
Alfabetos desesperados, de la chilena Catalina Porzio, aborda las formas en que distintas condiciones de opresión —privación de la libertad, esclavitud, regímenes autoritarios, terrorismo de Estado, persecución de lo diferente— multiplican la invención de formas de resistencia, reversos clandestinos donde una serie de golpes contra una celda, la escritura en papel higiénico, la invención de un abecedario propio pueden constituirse —con la ayuda de la dimensión temporal que requiere cualquier lengua— en armas secretas contra el mutismo, el exilio o el encierro. Guiada por el espíritu benjaminiano del proyecto de un libro confeccionado únicamente de citas, la galería de autores y autoras cuyos textos recupera Porzio resulta de lo más variada: Svetlana Alexiévich, Constantin de Renneville, Siri Hustvedt, Ósip Mandelstam, Alejandra Pizarnik, Verónica Gerber, María Moreno, Angela Davis, Aleksandr Solzhenitsyn, Walter Benjamin, Roberto Calasso o la propia Porzio. Más allá de cualquier nombre propio, en cambio, lo que destaca es la experiencia humana, transversal a estas formas alternativas a la comunicación desesperada: el arte de hablar con un bastón, invención de la clave morse de una lengua, el desciframiento de un puñado de tartamudeos, la experticia de la escritura con nictógrafo, los intercambios de códigos a través de patrones de quilts, la siembra de papelitos con puntos suspensivos en un libro censurado por la Unión Soviética, las estrategias de una prensa clandestina que debe mudar su familia tipográfica para evadir la persecución política.
Uno de los puntos altos del libro, sin embargo, emerge en las formas en que logra interferir su proyecto inicial con el sembradío de prácticas donde más que la comunicación lo que se indaga es, al contrario, la interferencia del mensaje, su torcimiento, su malinterpretación, su lectura caprichosa, tal el caso de la invención de una lengua asemántica en las obras Mirta Dermisache, el proyecto de una escritura homosexual imposible, la idea de un plato de comida como forma encriptada de conversación, la premisa de que una visión delirante puede constituirse en carta de lectura estelar.
El libro se propone, a su vez, como un extenso abecedario compuesto por entradas que van de la A a la Z y está organizado con términos tales como: “Alfabetos”, “Balbuceo”, “Claves”, “Huellas”, “Ingenio”, “Jerga”, “Memoria”, “Quebranto”, “Silencio”, “Ternura”. Cada una de esas palabras parece activar un flujo de resonancias que multiplican y hasta refractan su sentido inicial. Estas entradas —algunas más atinadas que otras en el delineamiento del proyecto total— pueden llegar a tornarse reiterativas a fuerza de la repetición de anécdotas muy similares a las que abren otras, asunto minúsculo, no obstante, en el delineado total de un proyecto por demás notable.
Catalina Porzio, Alfabetos desesperados, Laurel, 2020, 187 págs.
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