LITERATURA IBEROAMERICANA

Publicada en 2024, Minimosca confirma la ambición novelística del narrador peruano Gustavo Faverón Patriau —autor de El anticuario (2010) y Vivir abajo (2018)— y prolonga su territorio habitual: la prosa como laboratorio febril, la cartografía de obsesiones artístico-literarias, el diagnóstico sombrío de la condición humana. No en vano ha recibido entusiastas reseñas en medios de todo el mundo y es hoy finalista del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Al mismo tiempo, se podrían especular algunos preconceptos posibles sobre la naturaleza de este libro: que sería una obra esencialmente cerebral, profundamente metaliteraria y, además, “difícil” hasta el punto de llegar a ser elitista. Abordo aquí esos prejuicios.

Respecto al carácter cerebral, la prosa misma lo matiza. Propongo una metáfora: digamos que la escritura en Minimosca se parece a un “volcán congelado”. El texto posee una arquitectura narrativa milimétrica que señala un predominio de la razón, pero está atravesado por un fuego interno. La frase larga, las repeticiones y los símiles improbables generan una escritura automática vigilada, una suerte de delirio con brújula. Un ejemplo: “el sol cae sobre su cara como pájaros muertos y piensa que los pájaros son la noche”. En un mundo poblado por dementes y poetas, el lenguaje se desliza hacia lo onírico sin perder el sentido. En el estilo faveroniano, la sombra de Roberto Bolaño es evidente, pero metabolizada hasta convertirse en camino propio.

En cuanto a lo metaliterario, es cierto que Minimosca no cesa de hablar de literatura, cine y arte. Se apropia de figuras de la cultura y las transforma (Duchamp, Melville, King, Wáshington Delgado), e inventa otras. Pero lo crucial es que todos esos personajes colaboran en un proceso autoficcional de creación de una cierta figura autoral, la génesis de un “Faverón de tinta y celuloide” que se ve reflejado y refractado en dichos retratos ajenos. Desperdigados en sus personajes surgen rasgos sueltos o “biografemas” que remiten al autor peruano. Son visibles en el personaje que inaugura la novela, el Amnésico, un hombre del Callao, Perú, residente en Maine, Estados Unidos, y acompañado por una esposa, una hija y un perro llamado Túpac. Todos estos son atributos que aparecen para ser redramatizados en una novela que es, ante todo, autofiguradora.

En lo relativo a la dificultad, es verdad que Faverón ofrece una maraña de subtramas, un laberinto de fábulas interconectadas, y sin embargo, por debajo de esa desconcertante espesura, se esboza una tesis simple que remite al ya mencionado diagnóstico sombrío de la condición humana. Tomemos al personaje Arturo Valladares, alias “Minimosca”, como encarnación de dicha tesis: el ring donde entrena y pelea y, en un giro delirante, derrota a sus rivales susurrándoles versos de César Vallejo, se ubica entre un cementerio y un basural, en una zona marginal de Lima. La historia de la literatura (las tumbas) y la conciencia del horror (la basura) se conjugan a través de la metáfora del boxeo, que se convierte en una expresión del poder de la letra y la imagen para combatir la violencia, la precariedad y el trauma. El personaje llamado Diekenborn afirma que la historia de la humanidad responde a una ley terrible: todos los padres matan a sus hijos y los sobrevivientes, si los hay, pueden seguir adelante si se refugian en el acto salvador de intercambiar historias.

Minimosca es coherente y vibrante: combina cálculo y delirio, museo cultural y mito personal, complejidad y tesis. Ofrece, sin duda, una experiencia altamente recomendable para lectores que buscan una novela de ideas con un fondo visceral en la que el autor se pregunta, en serio y a fondo, por la misión más honda del arte.

 

Gustavo Faverón Patriau, Minimosca, Peisa, 2024, 696 págs.

 

23 Oct, 2025
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