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Aun a pesar de que uno de los protagonistas de esta ópera prima sea literalmente el trasunto travestido de Eduardo Mendoza, no deberíamos reducir Tres maneras de inducir un coma a un mero ejercicio epigonal: es evidente que esa influencia está presente, quizá como la de Juan Pablo Villalobos en cierta voz mexicana que irrumpe en un rincón del relato, pero seguramente sus ascendentes menos obvios podrían situarse en una tradición de la comedia madrileña que ya se encontraba en el entremés, la zarzuela, el sainete, la astracanada o las películas de Pedro Almodóvar.
Los perdedores de esta parodia negrísima deambulan por la ciudad arrumbados por la crisis económica, atrapados en un laberinto en el que juegan a escapar de la herencia que les han impuesto sus familias o sus cuerpos, confundidos por el malentendido o el prejuicio y buscando una salida a su soledad, sus miserias, sus conflictos edípicos o sus problemas irresolubles. Esas calles de Madrid que la autora cartografía minuciosamente son las mismas que trasegaron Benito Pérez Galdós, Pío Baroja o Rafael Azcona y que han acogido ahora a una nueva generación dispuesta a renovar la comedia, algunos de cuyos componentes aparecen citados al principio de cada tramo a modo de homenaje: la revista satírica Mongolia o el programa radiofónico La vida moderna son un referente de su trama desquiciada en la misma medida que lo aciertan a ser la picaresca, Cervantes o Quevedo. La enunciación anacrónica del título de los capítulos convive con su cinematográfica definición como secuencias, y así se dinamita una diferenciación entre géneros que a estas alturas de la película ha perdido todo sentido cuando, como es el caso, la pesquisa policial se alterna con el monólogo teatral, la transcripción televisiva o el guión literario.
Pero es ese acierto en retratar lo local lo que emparenta ese Madrid con la Nueva York de Woody Allen, la Nueva Orleans de Kennedy Toole o la Barcelona de Mendoza: lo que precisamente distingue a Carballal de estos autores es que ella apuesta aquí por la polifonía, estructurando la intriga a partir de múltiples perspectivas que la obligan a cambiar de estilo y de discurso sin que eso acabe afectando la coherencia de la novela, lo que demuestra un trabajo de construcción admirable. Tampoco es fácil acertar en un debut literario con el tono de un humor amargo y desengañado que Carballal ha conseguido a la perfección.
Alba Carballal, Tres maneras de inducir un coma, Seix Barral, 2019, 288 págs.
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