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Un veterano de tres guerras

Guillermo Parvex

LITERATURA IBEROAMERICANA

“Por más de un año”, confiesa José Miguel Varela (1856-1941), “había lamentado mucho no haber estado en una gran batalla”. Aunque tiene miedo, anhela combatir de verdad. Estamos a 26 de mayo de 1880; un año antes, Arturo Prat había saltado de la Esmeralda a la cubierta del Huáscar en patético (brevísimo) abordaje, suscitando con su deceso un escalofrío histórico y, en la impresionable sociedad chilena, un fervor belicoso —“patriótico” viene siendo el término técnico-oficial— al que Varela, abogado mozuelo de Concepción, no sería inmune: se enrola motu proprio en el Regimiento de Granaderos a Caballo, deja a la alegre Clarita con los quizá preconyugales crespos a medio hacer y se va (rabiando ante las demoras de la burocracia militar) marcando el paso al reseco norte —lo llaman ahora el “Nuevo Chile”—, para pelear con peruanos y bolivianos en esa guerra de derechos aduaneros, saltarines impuestos e intereses económicos elitarios y foráneos.

Y ahora el joven alférez, montado en el potro Carboncillo, está a punto de cumplir ese curioso sueño. En una batalla, a todas luces, puede uno morir. ¿Cuál será ­—cavilamos— la fascinación del asunto? Más tarde, al ver el cogote ensangrentado de su caballo, Varela —leguleyo y hombre de bien— advierte de golpe que lleva horas ensartando o degollando enemigos humanos con su sable, en una especie de trance y sin recordar sus caras. No se vanagloria de ello.

Veterano de tres guerras es mucho más que esta escena iniciática. Varela emerge, en este libro, como sincero protagonista de todo tipo de experiencias humanas e inhumanas durante la Guerra del Pacífico, extraño nombre; en las campañas nacionalistas de la pacificación —curioso vocablo— de la Araucanía; y, luego, en la muy sangrienta guerra civil de 1891, donde a él casi lo matan y donde pudo ver (más) escenas de espeluznante crueldad chilena, actitud extrapolable a otras nacionalidades del género humano.

Fue Varela amigo de un hermano del presidente Balmaceda, mandatario de nietzscheano bigote que —traicionado a su buen juicio por poderes político-fácticos— dio alojamiento a una bala en el propio cráneo. O sea, Varela es un testigo privilegiado, un hombre ilustrado pero de talante común que se explaya, también, sobre su participación en acontecimientos administrativos, legalidades varias que, aun en tiempos de paz, se entrelazan con las consecuencias socioeconómicas y, ¿por qué no?, culturales de los conflictos señalados. ¿No estuvo él, acaso, a cargo de la chilenización vía flete de valorables volúmenes expurgados a la Biblioteca Nacional de Lima?

Dictaríale todo esto y más a un tal y amistoso Guillermo, en la ciudad de Valdivia y medio siglo después de su primeriza batalla de 1880. Sólo hoy, iniciado el siglo XXI, ha venido un nieto de aquel amigo copista —el asesor comunicacional Guillermo Parvex— a transcribir esas notas en 478 páginas que ya acumulan numerosas reimpresiones y se atrincheran, por cierto, entre los libros más vendidos de los últimos meses. Su redacción —imperfecta, a ratos sobrante, casi siempre empática— es fruto de una voz original y dos manos emparentadas.

En la Guerra del Pacífico —evoca el narrador— se componía el ejército chileno de “peones, estibadores, profesores, campesinos, estudiantes, artistas, talabarteros, albañiles, sastres”. Cientos de civiles aleonados muchas veces a la fuerza. Entre ellos, malandrines excarcelados que combatían a cambio de una amnistía, acuerdo astuto que —señala Varela— sería traicionado por el Estado chileno y sus “gobernantes cobardes”. No es raro que muchos se reinventaran como bandoleros que complicarían, a continuación, la así llamada “pacificación” de los territorios mapuches,  usurpados mediante políticas de inmigración europea (suizos, alemanes, italianos, franceses, ingleses). Con arrasamiento ígneo de bosques nativos en pro de la ocupación agrícola.

Varela no es novelista ni historiador: narra desde sus sentimientos y pareceres, lo que —pese al ocasional engolamiento, sin duda inducido por el uniforme— presta cercanía al relato. Merece este libro que mentes aun más aptas —sin alterar su tono de inmediatez— corrijan ortografía, puntuación y algún atragantamiento de la sintaxis. Pero, ya sabemos: al patriota de capilla y cuello tenso esas cosas le importan un soberano pepino.

 

Guillermo Parvex,  Un veterano de tres guerras. Recuerdos de José Miguel Varela, Academia de Historia Militar de Chile, 2015, 478 págs.

 

[Esta reseña, en una versión modificada, se publicó en Las Últimas Noticias el 5 de febrero de 2016.]

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